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PUBLICADO POR EL DIARIO "EL TIEMPO" DEL 08/11/2007.-
EL CAPITÁN DON RUFINO SOLANO EL DIPLOMATICO DE LAS PAMPAS
El Capitán Don Rufino Solano actuó en la llamada “Frontera del desierto” entre los años 1855 y 1880, donde desarrolló un papel incomparable dentro de nuestra historia argentina. Por su labor, conoció y trató personalmente con las más altas autoridades, tales como Justo José de Urquiza, Domingo F. Sarmiento, Nicolás Avellaneda, Bartolomé Mitre, Marcos Paz, Adolfo Alsina, Martín de Gainza y hasta el mismísimo Julio A. Roca. En el ámbito militar actuó y combatió bajo las órdenes del Coronel Álvaro Barros, coronel Francisco de Elías, general Ignacio Rivas, coronel Benito Machado, entre otros. En el ámbito eclesiástico, fue además el eslabón militar con el Arzobispado metropolitano, en la figura de su Arzobispo Monseñor León Federico Aneiros, denominado “El Padre de los indios”. Esta última tarea lo llevó a actuar muy estrechamente con el P. Jorge María Salvaire, mentor y fundador de la Gran Basílica de Nuestra Señora del Luján.
El Capitán Solano junto al Cacique Manuel Namuncurá y tres Capitanejos
Este militar, con verdadero arte y aplomo, también se vinculaba y relacionaba con todos los Caciques, Caciquejos y Capitanejos de las pampas, adentrándose hasta sus propias tolderías para contactarlos. Mediante estas acciones, logró liberar cientos de personas, entre cautivas, niños, canje de prisioneros e incluso funcionarios, como es el caso de Don Exequiel Martínez, Juez de Paz de Tapalqué, en una época donde arreciaban los terribles malones tanto a los poblados, como en la zona rural.
Del mismo modo, mediante esta labor mediadora y pacificadora, logró evitar incontables enfrentamientos y ataques a las poblaciones. Es por ello, que prestigiosos y académicos historiadores, concluyen sin vacilar que “durante casi veinte años el Capitán Solano logró mantener la paz en sus confines (sic)” R. Entraigas, Op. Citada. Galardonan su legajo militar dos glosas manuscritas por el Coronel Álvaro Barros, fundador de Olavarría, donde lo colma de merecidos elogios.
Ignacio Rivas Adolfo Alsina Alvaro Barros
Por este don que poseía, el Ministro de Guerra Adolfo Alsina, ante una gran multitud reunida en el Azul en el mes de diciembre del año 1875, le manifestó: “Capitán Rufino solano, usted en su oficio es tan útil al país como el mejor guerrero”. Es que, mediante tratados de paz, logró evitar los ataques a la región durante la guerra con Paraguay, donde existía mucha debilidad en la frontera.
Si bien era poseedor de una gran valentía, lo que más lo identificaba era su técnica y poder de persuasión, no solo porque dominaba el idioma araucano a la perfección, sino porque además sabía como plantarse ante los bravos caciques y demostrar su firmeza, sinceridad y honestidad en su trato; esta innata virtud le permitió gozar del máximo prestigio y confianza de ambos bandos.
Mediante su atinado manejo de las situaciones críticas, logró evitar mayores derramamientos de sangre y por este aspecto, con toda justicia, se lo conoció como “El diplomático de las pampas”. Su actividad se vio interrumpida cuando el General Julio A. Roca decidiera llevar a cabo la “conquista del Desierto”, en 1880, contienda en que la que Rufino Solano no participó. Pero si actuó valientemente como soldado cuando debió defender a los suyos, como veremos más adelante.
En cumplimiento de su tarea, se lo vio acompañando a cuanta delegación de indígenas se acercó a Buenos Aires a parlamentar con las autoridades nacionales, sean estas políticas, militares o eclesiásticas. Cuando venía con estas embajadas, se alojaba en el Hotel Hispano Argentino u otro de Buenos Aires, en muchas ocasiones en los Cuarteles del Retiro, e iba con ellos a las distintas entrevistas y audiencias, finalizadas ellas, los acompañaba de regreso, cabalgando con ellos, rumbo a la frontera.
En la fotografía se lo puede ver junto a varios Caciques, enviados de Calfucurá, esperando una audiencia con el General Justo J. de Urquiza.
El diplomático de las pampas
Durante sus servicios, efectuó travesías de miles de kilómetros a caballo, siempre acompañado por un puñado de soldados e incluso en muchas ocasiones se aventuraba en soledad; solía pasar varias jornadas en las tolderías, donde era admitido y aceptado merced al enorme respeto y consideración que se le tenía, cada acercamiento le permitió retirarse llevándose cautivas y prisioneros de los indios.
Este “hombre de dos mundos” sabía hablar el idioma de los indígenas a la perfección, especialmente el araucano, la lengua de Calfucurá, Namuncurá, Pinsén, etc., manejando los términos adecuados para manifestarse ante estos líderes; pero, también poseía la misma valiosa virtud, para tratar con sus mandos, en castellano, tanto militares como del Gobierno Nacional, para arribar a acuerdos ecuánimes y que finalmente se cumplieran. Esta honestidad en su comportamiento, le permitía a Solano ser bien recibido en las tolderías para lograr salvar nuevas vidas.
En cierta ocasión, durante sus recorridas por la frontera, sorpresivamente se encontraron copados por una gran cantidad de indios, en la oportunidad Solano iba con un pequeño grupo de soldados. Estos soldados con armas en mano, se prepararon para una rápida retirada, pero el Capitán les ordenó que se quedaran quietos, comprendió que actuando de esta manera lo único que iban a lograr sería que los “chucearan” por la espalda. En vista de ello, les pidió que lo esperaran, que iría a parlamentar para tratar de salvar sus vidas, y de inmediato se dirigió solo hacia un individuo que, por su postura y aspecto, parecía era el líder de la indiada. Tras este parlamento, donde solo Díos sabe lo que le dijo, todos se adentraron hasta la toldería, y luego de un par de días regresaron con un grupo de cautivas y prisioneros, e incluso fueron escoltados por los propios indios y este caciquejo hasta las cercanías del fuerte. Este hecho y muchos episodios más, se encuentran plasmados en valiosos manuscritos de la época, obrantes en el Archivo Histórico del ejército Argentino, como claro testimonio del prestigio que gozaba este ilustre azuleño.
Durante su larga vida de frontera, son innumerables los momentos en que la vida del Capitán Solano en la cual estuvo a cinco centímetros de punta de una lanza, donde logró salvar su vida, y la de muchos, gracias a esta prodigiosa habilidad que poseía.
Rufino Solano actuó en los Fuertes Estomba, Blanca Grande y del Arroyo Azul, entre tantos otros, y por su desempeño militar se lo considera uno de los forjadores de las fundaciones de las ciudades de Olavarría, San Carlos de Bolívar, entre otros lugares donde le tocó servir.
Rescate de prisioneros de la ciudad de Rosario, Santa Fe
Para el año 1873, en un multitudinario acto, le fue entregada por la sociedad de la ciudad de Rosario, Santa Fe una medalla de oro, en premio a sus servicios rescatando prisioneros y cautivas residentes en esa ciudad. En dicho acto también se le hizo entrega de un testimonio de gratitud que manifiesta lo siguiente: “Rosario, 5 de agosto de 1873. Al Capitán Don Rufino Solano: Me es satisfactorio dirigirme a Ud. Participándole que el “Club Social” que tengo el honor de presidir resolvió en asamblea general obsequiar a Ud. Con una medalla de oro que le será entregada por el socio Don José de Caminos la que tiene en su faces verdadera expresión de los sentimientos que han inspirado al “Club Social” a votar en su obsequio este testimonio de simpatía y agradecimiento por la atenta abnegación y generosidad con que penetró hasta las tolderías de los indios de la Pampa para realizar el rescate de los cautivos cristianos, llevando con plausible resultado la difícil y peligrosa misión que le encomendó la Comisión de rescate del Rosario. Esta sociedad no podrá olvidar tan preciosos servicios y ha resuelto acreditarle estos sentimientos con este débil pero honroso testimonio. Manifestando así los deseos del “Club Social” del Rosario, me complazco en ofrecer a Ud. Toda mi consideración. Firmado: Federico de la Barra (Presidente)”. Dicho acontecimiento fue reproducido en las primeras planas de todos los diarios de la de la ciudad de Rosario y de la Capital Federal, de aquella época.
Luego de finalizar la conquista, los indios continuaron buscando al Capitán Solano para que les ayudara a conseguir tierras donde vivir y muchos de ellos las consiguieron gracias a su influencia, conduciéndolos ante el mismísimo Presidente de la República, General J. A. Roca, a efectuar sus justos petitorios; así lo hicieron el Cacique Valentín Sayhueque, Manuel Namuncurá, la Reina de los Indios Catrieleros Bibiana García, entre muchos otros. En esos territorios obtenidos hoy se hallan enclavadas las ciudades de Catriel, Valcheta y muchas poblaciones más, dentro del territorio de las provincias de Buenos Aires, La Pampa y de Río Negro.
Blanca Grande, Olavarría. Batalla de San Carlos, Bolívar. Muerte de Calfucurá.
El capitán Rufino Solano Intervino en numerosas batallas en defensa de los pueblos fronterizos, enfrentándose al ataque de malones (San Carlos de Bolívar, Azul, Olavarria, Cacharí, Tapalqué, Tandil, Bahía Blanca, Tres Arroyos, etc.), entre ellas son dignas de mencionar su intervención en Blanca Grande a las órdenes de los coroneles Benito Machado y Alvaro Barros y más tarde, a partir de 1868, junto al coronel Francisco Elías, sentando las bases de la actual ciudad de Olavarría. Junto al general Ignacio Rivas, con el grado de capitán, participó en la feroz e encarnizada batalla de San Carlos, el 8 de marzo de 1872, abriendo los cimientes de la hoy ciudad de San Carlos de Bolívar; en esta última contienda, que duró todo el día, los indios, reconociéndolo, le gritaban “pásese Capitán !!”. En esta batalla, en la que participó como jefe del cuerpo de baqueanos, y fue debido a sus indiscutibles conocimientos de los campos que la División del General Ignacio Rivas logró hacer marchas rapidísimas. Su intervención en San Carlos no impidió a este valiente soldado, que al poco tiempo de esta decisiva batalla, se presentara nuevamente en la propia toldería de del temible cacique Calfucurá, su contrincante vencido, apodado “El Soberano de las pampas y de la Patagonia”, siendo casi un milagro que no lo mataran; no solo ello, sino que al cabo de algunos días pudo retirarse llevándose consigo decenas de cautivas a sus hogares.
Este episodio es único e inolvidable, porque Calfucurá, sintiéndose morir, en la noche del 3 de julio de 1873, le indicó al Capitán Solano que debía retirarse, porque sabía que luego de su muerte lo iban a ejecutar junto con todas las cautivas. Así lo hizo, e inmediatamente luego del fallecimiento del cacique, partió el malón a alcanzar al rescatador y las cautivas: se escuchaban cada vez más próximos los aterradores alaridos de sus perseguidores y cabalgando durante toda la noche, finalmente lograron salvarse llegando a sitio seguro. Fue así como el Capitán Rufino Solano fue el último cristiano que vio con vida a este legendario cacique. El cual, en sus últimos instantes de vida, tuvo un gesto de majestuosa grandeza y generosidad. Por esta verdadera hazaña, el Capitán Solano fue recibido con admiración y gratitud en Buenos Aires por el Arzobispo Aneiros, el Presidente de la Nación y todo su gabinete. Monseñor Aneiros mandó a colocar, en el Palacio del Arzobispado, una placa conmemorativa de este singular suceso.
Su participación junto a la Iglesia.
A propósito de esta máxima figura de la Iglesia Argentina, el Arzobispo Federico León Aneiros, como dijimos, denominado “El Padre de los indios”, en numerosas oportunidades, el Capitán Rufino Solano le ofició de enlace e intérprete con diversas embajadas de líderes indígenas, con quienes, esta célebre autoridad eclesiástica del país, mantuvo varias reuniones en mencionado Hotel Hispano Argentino de Buenos Aires y en otras oportunidades, en la propia sede del Arzobispado.
La Iglesia anteriormente había intentado un acercamiento al aborigen, fue así como en enero de 1859, el Padre Guimón, asistido por los Padres Harbustán y Larrouy, bayoneses, se internaron en Azul para entrevistarse con Cipriano Catriel, manteniendo tres encuentros con este cacique. El primero fue halagüeño, mostrándose Catriel solícito para atender los requerimientos. En el segundo, el P. Guimón expuso los proyectos de su acción evangelizadora, expresándole: “Somos extranjeros, hemos consentido el sacrificio de abandonar nuestro país, nuestros parientes y amigos, con el solo fin de dar a conocer la verdadera religión… ¿No tendría el cacique el deseo de ser instruido en ella?”. “-¿Por lo menos negaría el permiso de enseñarla a la gente de la tribu y especialmente a los niños?”. Todo hacía prever la afirmativa respuesta del cacique, sin embargo, después de consultar al adivino y a los demás jefes, el primero mostró su negativa. Durante la tercera entrevista, respondió Catriel de este modo: “No queremos recibirlo más en adelante, ni siquiera una vez, aunque fuera solo para satisfacción de su curiosidad”. Debido a este manifiesto rechazo demostrado por los indígenas, el misionero debió regresar a Buenos Aires, viendo totalmente frustrado su intento de acercamiento.
Catorce años mas tarde, el 25 de enero de 1874, arriba al Azul el Padre Jorge María Salvaire (lazarista) con idénticas intenciones de catequizar e impartir los sacramentos, pero esta vez contando el sacerdote y la Iglesia con la invalorable presencia intercesora del acreditado capitán Rufino Solano. Es así como debiendo internarse en la pampa, en dirección a los toldos de Namuncurá, la prudencia y la cautela de este célebre sacerdote le aconsejaron la intervención de “…el capitán Rufino Solano, hombre experimentado en la vida de frontera, que en varias oportunidades y con el mismo fin había participado para Salinas Grandes, ganándose la confianza de los caciques y capitanejos, cuya lengua conocía a la perfección” (Monseñor J. G. Durán, Ops. citadas.)
Queda certificada la activa participación y la benéfica influencia ejercida por el capitán Solano, por la existencia de tres cordiales y afectuosas misivas dirigidas a él: dos enviadas por el cacique Alvarito Reumay, fechadas el 15 de febrero y 13 de marzo de 1874 y la otra remitida por el cacique Bernardo Namuncurá, del 13 de marzo de 1874. Es bien conocido que este último fue el que salvó al Padre J. M. Salvaire a punto de ser ultimado por su hermano, el cacique Manuel Namuncurá, hijo de Juan Calfucurá y padre de nuestro Ceferino Namuncurá. (Archivo Basílica Ntra. Sra. de Luján, J. M. Salvaire, Fuente citada).
Son célebres los sucesos ocurridos en el transcurso de las mencionadas tratativas. La providencial intervención de Bernardo Namuncurá salvándole la vida al P. Salvaire, y las consiguientes promesas a la virgen efectuadas, que han dado origen a su proceso de beatificación, el cual se halla en trámite.
1 2 3
1) Arzobispo León Federico Aneiros y otros sacerdotes. 2) Padre Jorge María Salvaire. 3) Placa Padre J. M. Salvaire.
Fue así como el Capitán Rufino Solano trató, colaboró y le allanó el camino en la misión, casi quince años postergada, al virtuoso y venerable Padre Jorge María Salvaire, llamado “El misionero del desierto y de la Virgen del Luján”, comenzando la iglesia a tener un contacto mucho más frecuente y fluido. Así lo testimonian expresivas correspondencias remitidas por el Cacique Manuel Namuncurá al Arzobispo Aneiros, destacando este cacique la presencia del Capitán Solano guiando la delegación que iba a entrevistar al ilustre Arzobispo, entre otras más. (Capítulo “Correspondencia con los caciques”, Op. Citada, Cardenal S. L. Copello)
Fue el propio Padre Jorge María Salvaire quién, más tarde, colocó la piedra fundamental de la gran Basílica de Luján, el 15 de mayo de 1887, luego fue su Cura Párroco, y murió en la misma ciudad de Luján el 4 de febrero de 1899 a los 51 años de edad. Sus restos fueron depositados en el crucero derecho de la Gran Basílica de Nuestra Señora de Luján a los pies de la imagen de la Medalla Milagrosa, al lado del Altar Mayor, donde yacen hasta el día de hoy. Por su parte, los restos del Arzobispo Aneiros descansan en un mausoleo situado en el ala derecha de la Catedral de Buenos Aires, en la capilla consagrada a San Martín de Tours.
Por cierto, resulta una verdadera injusticia que la derruida tumba de este notable militar azuleño se halle ubicada en el rincón más apartado, abandonado y olvidado del cementerio de la ciudad de Azul, sitio que, sin ayuda, difícilmente se podría localizar.
Cripta del Padre Jorge María Salvaire (Luján). Mausoleo de Monseñor Aneiros (Catedral, de Bs. As.)
Por la muy meritoria labor desplegada por el Capitán Solano, junto a estas grandes figuras de la Iglesia, no son pocos los historiadores religiosos que lo señalan y lo refieren en señal de reconocimiento a su valiosa colaboración; incluso en la más reciente actualidad, el destacado historiador Monseñor Dr. Juan Guillermo Durán, miembro de la Academia Nacional de la Historia y Director del Departamento de Historia de la Iglesia, de la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina, en el año 2001, vino hasta la ciudad de Azul para fotografiar la tumba del Capitán Solano, publicándola a página completa en su libro “En los Toldos de Catriel y Railef” (Editorial de la Pontificia Universidad Católica Argentina, 2002). Se puede afirmar, sin dudarlo, que el Capitán Rufino Solano sigue siendo el militar mas querido y reconocido de la Iglesia.
Hace aún más valiosa y resalta su intervención, el hecho de que su figura representó el punto de inflexión entre la función del ejército y la acción de la Iglesia, cuyas posturas y principios se mostraron en aquella época, por sus disímiles naturalezas, muy a menudo enfrentadas, incompatibles y hasta inconciliables.
Para comprender mejor y valorizar la obra del Capitán Solano, es necesario ubicarse en el contexto y en el paisaje de la época y en nuestra patria. Por esos días la frontera era como pararse en la orilla del mar, no había nada más que horizonte. En ese horizonte, de manera recóndita acechaba el peligro, los indios, la muerte, la cautividad. No existían árboles ni otro obstáculo natural que interrumpiera la visión, durante las agotadoras travesías se debía pernoctar en medio de aquella inmensidad, sin nada para cobijarse, solo cielo, tierra y distancias. Tampoco para guarecerse de las inclemencias del frío, de la lluvia, el viento o el calor. Idéntica situación se producía para el caso que hubiera que combatir ante el hábil y astuto rival.
Las marchas duraban días, semanas enteras, se debía llevar suficiente cantidad de provisiones y mucha caballada para el recambio. Los indios brotaban de la tierra como por arte de magia. El espectáculo de una toldería india es inimaginable, allí las cautivas y demás prisioneros vivían en un infierno. Si alguien lograba escapar, seguramente moría en el interminable desierto.
Las mujeres indias, por celos, hostigaban continuamente a las cautivas y les daban de comer las sobras, como si fueran perros. Para que no escaparan, a los prisioneros se les despellejaba las plantas de los pies, lo que obligaba a trasladarse arrastrándose por el suelo. Las escenas y el ambiente eran ciertamente escalofriantes. Salvo estas cosas, no difería demasiado la vida que se llevaba en los fortines o en los pueblos que se formaban alrededor de ellos.
A pesar de la ausencia de memoria de nuestra sociedad, este formidable ser es una clara demostración que cuando alguien es verdaderamente grande, jamás puede ser olvidado totalmente, porque esa grandeza es capaz de superar los mayores obstáculos, tales como la indiferencia, la ingratitud y el impiadoso paso del tiempo. Ello se debe a que los servicios del capitán Rufino Solano, sus conocimientos, destreza y valentía, fueron requeridos desde todos los sectores de la esfera social, comenzando por desesperados familiares que le rogaban que rescatara a sus seres queridos, continuando por los mandos del gobierno, tanto políticos como militares, y aún como producto de la constante preocupación de la Iglesia por darle una solución a tan difícil situación.
Durante décadas, todos supieron quien era y donde estaba el “capitán salvador” y él cumplió con todos. Ahí radica la explicación del porqué su recuerdo siempre regresa: porque no se puede investigar nuestra historia sin encontrarnos de repente con su noble estampa. Aún en la actualidad, su acción ha sido estudiada y valorada incluso en obras de autores y universidades del exterior. Captive Women: Oblivion and Memory in Argentina. Susana Rotker, 2002, University of Minnesota, USA; Rutgers University, Wilson Center, 1977, New Jersey, USA; Ftes. Citadas).
El capitán Solano, vivió y sirvió a su querida Patria durante toda su larga, pobre y sacrificada vida de frontera, donde rara vez le llegaba un sueldo desde Buenos Aires.
Rufino era hijo de Don DIONISIO SOLANO (1777/1882), un valiente Teniente de Patricios, guerrero de las Invasiones Inglesas, y de la Independencia Nacional, que actuó junto al General Manuel Belgrano durante las Campañas al Paraguay y del Norte; y más tarde, fue el jefe de la caravana de familias fundadoras de la ciudad de Azul, allá por el año 1832, fue Alcalde (*) de ella, muriendo en esta población a una edad superior a los cien años. (Antonio G. del Valle, Alberto Sarramone, Ricardo Piccirilli, Enrique Udaondo, Vicente O. Cutolo, Juan G. Durán, obras citadas. *Archivo de la Municipalidad de Azul (año 1837 y otros), Iglesia Catedral de Azul, Revista Biblos, Ftes. Citadas)
Rufino Solano. La segunda foto data de 1912, Azul, un año antes de su muerte
A menos de cinco años de la fundación del Azul, nació nuestro personaje (1837), viviendo en su pueblo natal hasta su muerte, ocurrida el 20 de julio de 1913. Así lo certifican su acta bautismal en la Iglesia Catedral de Azul, los Censos Nacionales de 1869 y 1895 (el primero y segundo del país) y la certificación de defunción, asentada en registro del cementerio local.
Sepulcro del capitán Rufino Solano, en Azul
Este ejemplar ser humano, que lo dio todo por sus semejantes, al cual centenares de familias le deben hoy su existencia, murió pobre, viejo y olvidado en su pueblo natal y se llamaba Don RUFINO SOLANO, capitán del ejército argentino, y su mayor orgullo fue ser, como él siempre lo decía: “un fiel servidor de la Patria”.-
Autor: Omar Horacio Alcántara
BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES UTILIZADAS
- En los Toldos de Catriel y Railef. Juan Guillermo Durán. Editorial Pontificia de la Universidad Católica Argentina, 2002. - El Padre Jorge María Salvaire y la familia Lazos de Villa Nueva – 1866-1875 -. Juan Guillermo Durán. Buenos Aires, Ed. Paulinas, 1998. - Historia del Antiguo Pago del Azul: Alberto Sarramone, Editorial Biblos, Azul, 1997. - Recordando el Pasado: Antonio G. del Valle, Editorial Placente y Dupuy, Azul, 1926. - Buenos Aires Ciudad y Campaña 1860/1870: Editorial Antorchas, Pablo Buchbinder, Abel Alexander y Luis Priamo, 2000. - Gran Enciclopedia Argentina: Diego A. de Santillán. Ediar Soc. Anon. Editores, 1961. - Libro con Indios Pampas y conquistadores del desierto: Samuel Tornopolski. Buenos Aires, 1958. - Frontera, indios, soldados y cautivos -1780-1880-. Juan Guillermo Durán. Buenos Aires, Bouquet Editores; Universidad Católica Argentina. Facultad de Teología, 2006. - Monseñor Aneiros, Arzobispo de Buenos Aires, y la Iglesia de su tiempo: Héctor José Tanzi. Junta de Historia Eclesiástica Argentina, Buenos Aires, 2003. - Caciques Huilliches y Salineros: P. Meinrado Hux, Ediciones Marymar, 1991. - La Conquista del Desierto: Juan Carlos Walther Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA), 1970. - Gestiones del Arzobispo Aneiros a favor de los Indios, hasta la Campaña del Desierto. Cardenal Santiago Luís Copello, Bs. As. 1945, Edición definitiva, Imprenta y Casa Editora “Coni”.- - Diccionario Biográfico Argentino: Enrique Udaondo. Imprenta Coni, Buenos aires, 1938. - Nuevo Diccionario Biográfico Argentino: Vicente Osvaldo Cutolo. Editorial Elche, Buenos Aires, 1985. - Diccionario Histórico Argentino: Ricardo Piccirilli, Francisco L. Romay y Leoncio Gianello. Ediciones Históricas Argentinas. - El significado de la Nomenclatura de las estaciones ferroviarias de la República Argentina: Enrique Udaondo (Estación El Lenguaraz). Talleres Gráficos del Ministerio de Obras Públicas, 1942. - El Beato Miguel Garicoïts Fundador de los Padres Bayoneses, Pedro Mieyaa, Buenos Aires, 1942, Historia de la Iglesia. Buenos Aires, 1942, págs. 376/79.-- - Historia Argentina Contemporánea 1862 - 1930. Raúl Entraigas, publicada por la Academia Nacional de Historia. Editorial El Ateneo, Buenos Aires. - El Malón de 1870 a Bahía Blanca, Rojas Lagarde, Jorge Luís, Ediciones Culturales Argentinas, 1984. - Captive Women: Oblivion and Memory in Argentina / "Cautivas. Olvidos y memoria en la Argentina". Susana Rotker. Traducido por Jennifer French, 2002, University of Minnesota Press. (U.S.A.) - Revista “Biblos”, Nº 1 y otros, Azul, 1923.- - Caras y Caretas, Año XV, Num. 732, Buenos Aires, 1912. OTRAS FUENTES - Fototeca del Archivo General de la Nación. - Museo Histórico Enrique Udaondo de Lujan. - Archivo del Ejército y la Marina. - Museo Ricardo Güiraldes de San Antonio de Areco. - Archivo Histórico del Ejército Argentino. - Museo Julio Marc, de la Ciudad de Rosario. - Diario "El Nacional" (Bs. As., 14-III-1873). - Diario “La Prensa" (Bs. As., 13- III- 1873). - Diario La Capital (Rosario, Marzo, 1873). - Diario El Tiempo (Azul, 09 de julio de 1964) - Archivo Basílica Nacional, Ntra. Sra. de Luján, Carpeta Nº 13, J. M. Salvaire. - Iglesia Catedral Nuestra Sra. del Rosario, ciudad de Azul. - Hemeroteca Bartolomé J. Ronco, ciudad de Azul. - Archivo de la Municipalidad de Azul. - Museo Histórico y Etnográfico “Enrique Squirru”, ciudad de Azul. - www.wilsoncenter.org/topics/docs/ACF352.pdf (U.S.A.) ------------------------------------------------------------------------------
Desearía que publiquen de esta biografía del personaje azuleño extraída de: “RECORDANDO EL PASADO”, Tomo I, Págs. 335/342, de Antonio G. del Valle, Editorial Placente y Dupuy, Azul, 1926.-
El capitán Don Rufino Solano, es uno de los buenos y leales servidores de la civilización. Desde su juventud, sirve en las fronteras jugando temerariamente su vida; salvando de las garras del salvaje, infinidad de cautivos, para devolverlos a los hogares de donde han sido arrancados por la fuerza y la insolencia brutal del indómito hijo del Desierto. No se detiene ante el peligro de las chuzas ensangrentadas de los bárbaros que irrumpen como avalanchas de fieras, husmeando sangre. Su misión noble y austera, lo lleva más allá. El capitán Solano, entiende que es deber de patriotismo y de humanidad tender la mano a sus semejantes; y sin darse reposo acomete durante largos años la ruda tarea de pactar con los indios y rescatar los cautivos. Para ello, se interna Tierra Adentro, llega a las mismas tolderías, habla con los caciques en cuya compañía pasa largas temporadas, y regresa a tierra de cristianos trayendo como trofeos de sus incursiones arriesgadas gran número de cautivos de ambos sexos que allá en los aduares salvajes han gemido amargamente en aquellas largas e interminables noches de sus cautiverios. El capitán Solano ha recorrido las más largas, penosas y arriesgadas travesías en aquellas épocas en que internarse al Desierto equivalía renunciar a la vida. El mérito de éste valiente soldado de la civilización, consiste en este valor frío, tranquilo, sereno; en ese tacto y en esa seguridad que tiene en su propia fuerza de voluntad. El va, se interna a los confines de la pampa donde el bramido del tigre y el alarido del salvaje hacen dúo infernal y viven en consorcio amigable: es que las fieras también se buscan y fraternizan en las soledades y en las tupidas marañas de los campos solitarios del Desierto. Va jugando su vida en la seguridad de que el éxito de sus campañas son triunfos de la civilización. Los servicios del capitán Solano en esa larga campaña en que su figura se destaca con relieves de méritos indiscutibles, se condensan en sus viajes a las tolderías en busca de cautivos. Como soldado en las filas de los cuerpos en que ha servido, sus servicios se cuentan por largos años, habiéndose encontrado en innumerables combates librados en la Pampa. Entendiendo rendir homenaje de gratitud a su memoria, que bien la merece, dedicámosle esta página a fin de que su nombre no duerma perdido en esa larga noche del olvido en que se pierden para siempre los nombres de tantos héroes, unas veces por negligencias, otras por egoísmo, y muchas por ignorarse sus hazañas. Sin esta clase de servidores abnegados, tal vez la civilización aún estaría en embrión de esos solitarios campos del Desierto. El capitán Solano entró a prestar servicio militar, como soldado, el año 1855 en el Fortín Estomba que se pobló entonces, y a las ordenes del teniente Preafán. Con motivo del fallecimiento de este oficial que pereció en el Arroyo Tapalqué; Solano quedó a las órdenes del alférez Ivano quien al frente de una compañía del batallón 3 de línea se hizo cargo del mencionado fortín. El año 58; Solano fue licenciado; y el 64 con el grado de subteniente de guardias nacionales formó a las órdenes del comandante Lora, en Olavarría. Fue de los fundadores de este pueblo. El 65 pasó a órdenes del coronel Don Benito Machado, jefe de la Frontera Sud y Costa Sud. Ese año, por orden del coronel Machado, Solano hizo su primer viaje a las tolderías del temible Calfucurá con orden de pactar con este indio, pues se tenía conocimiento que una fuerte indiada debía invadir la frontera Sud. Solano llegó a los toldos, habló con Calfucurá: la invasión no se llevó a cabo, y regresó al campamento conduciendo algunas cautivas que le fueron entregadas. Poco tiempo después, el coronel Don Álvaro Barros es designado jefe de las fronteras en reemplazo del coronel Machado, y Solano sigue prestando servicios a órdenes del nuevo jefe. El 66, hace varios viajes a las tolderías de Calfucurá en Chiloé, de donde regresa con quince cautivos. El 68, es ascendido a teniente 2º, y a las órdenes del coronel Don Francisco Elías llegan a la Blanca Grande, abriendo los primeros cimientos de aquel avanzado Fuerte. El 69, el coronel Elías lo envía a los toldos de Calfucurá a objeto de hacer arreglos con este cacique. Allí permanece una temporada, y a su regreso trae treinta cautivas que fueron enviadas a sus respectivos domicilios. En ese mismo año hizo varios viajes al desierto desempeñando comisiones encomendadas por sus jefes. Entretanto, los indios invadieron por Quequén Chico y Tres Arroyos, llegando en fuertes grupos hasta el Arroyo Chico, partido de Tandil. Los invasores llevaron más de ochenta cautivos entre hombres, mujeres y niños. En el Sauce Corto, el Teniente Rivero que andaba en observación fue alcanzado por la indiada, y después de un reñido y desigual combate en que la mayor parte de la gente de este oficial fue muerta, y él herido, fue hecho prisionero y llevado a los toldos de Calfucurá. El 70 fue ascendido a Teniente Iº, y nuevamente fue mandado por el coronel Elías a los toldos de Calfucurá. Al llegar al Sauce Grande, el Teniente Solano y los tres soldados que lo acompañaban divisaron un indio bombero que desde la cumbre de un médano los observaba. Solano y sus hombres se encaminaron al paso del arroyo de donde les salió al encuentro un grupo de más de treinta indios. Los soldados de Solano rodearon las tropillas para mudar caballos y huir. A no haberlos convencidos que no debían disparar porque corrían peligro de ser lanceados de atrás, Solano hubiera quedado solo en el campo. Acompañado de uno de sus hombres, se adelantó hacia donde los indios venían, quedando los otros con las tropillas. Al aproximarse, los indios reconocieron a Solano, manifestándole que el objeto que los traía era llevar cautivos, para ver si por ese medio conseguían la libertad del padre del cacique Mariano Cañumil y de otros capitanejos que junto con treinta indios habían sido tomados prisioneros en Puán por el comandante Llanos, y se encontraban presos en la Blanca Grande. Capitaneaba el grupo de indios, un hijo de Cañumil. Solano logró convencer al indio que debían regresar a los toldos, que él se comprometía a solicitar del Ministro de la Guerra la libertad de los indios prisioneros. El hijo de Cañumil accedió, y emprendieron juntos la marcha hacia los toldos. De éste punto, acompañados por este cacique y cuatro indios salió para Chiloé residencia de Calfucurá. A los veinte días regresaba a la Blanca Grande con veinte cautivos que los indios tenían en sus toldos; y acompañado por el capitanejo Juan Miel cuatro indios que le servían de escoltas. El coronel Elías queriendo premiar éstos actos, solicitó y obtuvo el ascenso a Capitán, enviando a Solano a Buenos Aires a solicitar del Ministro de la Guerra la libertad de los indios prisioneros en la Blanca Grande. A su regreso, el capitán Solano era portador de una orden para el coronel Elías a fin de que pusiera en libertad los prisioneros, y les entregara al propio Solano para que lo condujera personalmente a sus toldos. Al mismo tiempo se le entregó hacienda yeguariza que llevó para racionar a los indios. La llegada de los prisioneros a las tolderías fue festejada con bailes, borracheras de los pampas, y fiestas tan salvajes como ellos mismos. Cuando el Capitán Solano regresó a la Blanca Grande traía cuarenta cautivos, incluso el Teniente Rivero prisionero en el Sauce Corto. Solano hablaba y conocía la lengua araucana con la misma propiedad que los indios. Durante la Guerra del Paraguay, Solano hizo varios viajes a las tolderías de Calfucurá, permaneciendo largas temporadas hasta que lograba la entrega de cautivos que eran conducidos después a sus destinos. El capitán Solano acompañó desde los toldos de Chiloé hasta el Azul, y de éste punto a Buenos Aires al cacique Manuel Namuncurá, y a los capitanejos que acompañaban a éste: Mariano Paisanán, Loncomil, Curumán Mericurá, Turuvin, Juan Miel, Curupán, Benito Pichicurá y otros que iban a conferenciar con el Ministro de la Guerra. El presidente de la Republica Dr. D. Márcos Paz, dió órdenes para que la comisión de indios fuera hospedada en el antiguo “Hotel Hispano Argentino”, calle Piedras entre Belgrano y Moreno. Tres meses permaneció en Buenos Aires la referida comisión indígena. El capitán Solano, había regresado a la frontera nuevamente. Por orden superior emprendió viaje a los toldos de Calfucurá llevando comunicaciones para el citado cacique. En este viaje llegó hasta las guaridas de indios que vivían en Milla-Huinqué, Anomur, Choiqué Mahuida, Cadi-Leufú, Tranir-Lauquén, Huinca-Renanco, Queni-Malaal, etc. Gobernaban estas tolderías los caciques hermanos Lincó y Rolupán. Con ellos hizo tratados y rescató muchos cautivos. Siendo Jefe de la frontera el General Don Ignacio Rivas, el año 72, Solano hizo varios viajes al Desierto. Unos conduciendo raciones para las tribus, otros con objeto de parlamentar con los caciques, y traer cautivos que generalmente le eran entregados. En unos de sus tantos el capitán Solano consiguió rescatar un considerable número de cautivos en el que venían cuarenta mujeres pertenecientes al Rosario de Santafé, y que habían sido tomadas por los indios de Calfucurá en la invasión que llevaron hasta el Sauce del Rosario, distante cinco leguas de la ciudad de ese nombre. Al regresar de Chiloé con los cautivos acompañaban al Capitán Solano diez capitanejos que Calfucurá enviaba a Buenos Aires en comisión ante las autoridades nacionales. La llegada de Solano con las cautivas rescatadas y los capitanejos que los acompañaban, causó como es consiguiente curiosidad en la gente de la ciudad que se aglomeraba en considerable número frente al local donde se hospedaban. Fueron visitados por el Arzobispo Dr. Federico Aneiros quien los colmó de atenciones. El entonces Ministro de la Guerra coronel Gainza ordenó a Solano que se embarcara en vapor Pavón y condujera personalmente las cautivas hasta la ciudad del Rosario, entregándolas a las autoridades para que las hicieran conducir a sus respectivos destinos. En Rosario fueron recibidos por una Comisión de damas, por el Presidente del Club Social Don Federico de la Barra y por numeroso público que ansiosos esperaban la llegada de los libertados. Al desembarcar, se produjeron actos y escenas emocionantes y conmovedoras. El capitán Solano fue obsequiado con una medalla con que la sociedad del Rosario premió sus actos de humanidad y de valentía reintegrando a la vida civilizada seres arrancados por la mano salvaje al cariño de los hogares. Cumplida su misión, el capitán Solano regresó a Buenos Aires, y de allí a la frontera con la comisión de indios que había permanecido por un mes en la ciudad. Llegado al campamento, el general Rivas lo envió a las tolderías para que distribuyera entre los indios tres mil yeguas de racionamiento de acuerdo con los pactos celebrados. En la batalla de San Carlos, el capitán Solano desempeñaba el cargo de jefe de baqueanos, y fue debido a sus indiscutibles conocimientos de los campos, que la división del general Rivas logró hacer sus marchas rapidísimas, y aparecer al venir el día delante de Cabeza del Buey, llegas a San Carlos donde se encontraba el coronel Boer, y librara contra las hordas de Calfucurá esa sangrienta como colosal batalla. Los indios, durante la batalla habían reconocido al capitán Solano y le gritaban “pásese capitán, pásese”. Pocos días después, el capitán Solano fue comisionado por el general Rivas para internarse hasta los mismos toldos de Calfucurá a objeto de hacer arreglos y tratados de paz, y rescatar los cautivos que allí tenían de rehenes. No obstante lo peligroso de la misión como consecuencia de la batalla que acababa de librarse y que los indios sufrieron enormes pérdidas, Solano se internó al Desierto, llegó a Chiloé y entregó las notas de que era portador al mismo Calfucurá. Este reunió sus caciques dándoles lectura del contenido, al mismo tiempo de que Solano les explicaba el objeto de su misión. Después de parlamentar, Calfucurá decidió entregarle treinta y siete mujeres cautivas, de las cuales, siete pertenecían a Bahía Blanca, las que Solano quería traer hasta el Azul, de donde serían enviadas por órdenes de general Rivas y bajo segura custodia. Los indios se opusieron, resolviendo que una misión de entre ellos las conducirían a Bahía Blanca. En efecto, se pusieron en marcha con numeroso arreo de cargueros. Llevaban ponchos matras, pluma de avestruz, quillangos, etc. Al llegar a Bahía Blanca una partida de soldados de las fuerzas del coronel Murga les salió al encuentro, y confundiéndolos con indios malones los pasaron a cuchillo. Entre los indios que formaban la comisión venía de jefe un sobrino de Calfucurá; y de segundo, un yerno del citado cacique. Las cautivas fueron llevadas a Bahía Blanca. Pocos días después, salía otra comisión de indios también con cargueros, y con destino a Bahía Blanca. A su paso encontraron los cadáveres de sus compañeros, y aprovechando que no fueron sentidos regresaron a los toldos con la noticia del fúnebre hallazgo. Entre tanto el capitán Solano había permanecido en Chiloé esperando reunir mayor número de cautivos para ponerse en marcha al Azul. El regreso de los indios alarmó considerablemente a la tribu que se puso en movimiento dando enormes alaridos y amenazando con lancear a Solano, a sus hombres y a las cautivas. Los indios rodearon el toldo donde se alojaba el capitán, esperando la señal del cacique para exterminarlo. Solano y los soldados que lo acompañaban se prepararon para defenderse. Las pobres cautivas lloraban asustadas, enloquecidas de terror! Debió ser aquel un cuadro conmovedor! Calfucurá enfurecido, empuñando filosa espada se dirigió a Solano amenazándolo con matarlo. Creía que debido a insinuaciones suyas los indios habían sido muertos en Bahía Blanca. Solano tranquilo, sin perder su serenidad ni su temple le habló en la lengua, logrando convencer al terrible cacique que la culpa la tenían ellos mismos: que su propio hijo había escrito las notas, y que recordára que él mismo les había propuesto llevarlas al Azul, y de aquí remitir las cautivas a Bahía Blanca. “Tenés razón, hijo”, le contestó Calfucurá, “por eso no te mato”; y arrojando la espada al suelo, ordenó a los indios que se retiraran. Al día siguiente, a instancias de Solano, este fue despachado con notas para el general Rivas y el coronel Elías, llevando las cautivas y acompañado por el capitanejo Corobui y seis indios. Un mes después de permanecer en Azul, el general Rivas envió de nuevamente a Solano a los toldos de Chiloé con regalos para Calfucurá. Llevaba cinco cargueros con ponchos, chiripás, sombreros, chucherías y ropa de toda clase. Calfucurá, agradecido a esta distinción; cuando regresó el capitán Solano, le entregó varios cautivos que fueron traídos al Azul. Al estallar la revolución del 74, el capitán Solano se encontraba en Buenos Aires. El coronel Barros lo envió para que se entrevistara con Juan José Catriel a fines de atraerlo a las filas del Ejército leal al gobierno. Su misión no debió serle de buenos resultados en el primer momento, pués éste cacique se sublevó a favor de la Revolución; aunque más tarde se presentó con sus indios a la División del coronel Lagos, traicionando a su hermano Cipriano Catriel y a los jefes con que se había comprometido. Más tarde Solano fue mandado en comisión por el Doctor Alsina Ministro de Guerra, a los toldos de Namuncurá. En marcha por el Desierto, Solano avistó una fuerte invasión A fin de no caer en manos de los indios, se desvió cuanto le fué posible, llegando a los toldos del referido cacique donde solo encontró la chusma y algunos indios viejos de la tribu, pues toda la indiada con Namuncurá al frente se había lanzado al malón. Al emprender su regreso, venía el capitán Solano acompañado por el cacique Millalua y seis indios con lo que llegó a Carhué presentándose al coronel D. Nicolás Levalle. Este jefe colmó de regalos a los indios que permanecieron varios en el campamento, de donde regresaron a sus toldos. Solano siguió viaje a Buenos Aires a dar cuenta de su misión. En el año 80, el general Roca comisionó al capitán Solano para recibir y conducir hasta la capital al cacique Valentín Sayhueque y su comitiva; igualmente que otra comisión de indios encabezada por el cacique Lorenzo Paine-Milla que venían a pedir tierras al gobierno. Todos estos indios fueron alojados en el viejo Cuartel del Retiro. Para los años 98 o 99 llegó al Azul la india Viviana García, titulada “Reina de lo Indios”. Acompañábanla dos hijos, y los capitanejos Juan Centenera, Mariano Guerra, Simón Rosas, Francisco Díaz, Fermín Garro, Máximo Jerez y otros más. Solano los acompañó hasta Buenos Aires donde se presentaron ante las autoridades nacionales. La India Viviana, venía también a solicitar tierras del Gobierno para poblarlas con sus indios. El capitán Solano murió en el Azul, viejo y pobre. Era hijo del guerrero de las invasiones inglesas y de la guerra de la Independencia, Teniente Dionisio Solano, del célebre “Regimiento Patricios”. Como a tantos otros, la patria lo tiene olvidado.
Biografía del personaje azuleño extraída de: “RECORDANDO EL PASADO”, Tomo I, Págs. 335/342, de Antonio G. del Valle, Editorial Placente y Dupuy, Azul, 1926.-
El capitán Don Rufino Solano, es uno de los buenos y leales servidores de la civilización. Desde su juventud, sirve en las fronteras jugando temerariamente su vida; salvando de las garras del salvaje, infinidad de cautivos, para devolverlos a los hogares de donde han sido arrancados por la fuerza y la insolencia brutal del indómito hijo del Desierto. No se detiene ante el peligro de las chuzas ensangrentadas de los bárbaros que irrumpen como avalanchas de fieras, husmeando sangre. Su misión noble y austera, lo lleva más allá. El capitán Solano, entiende que es deber de patriotismo y de humanidad tender la mano a sus semejantes; y sin darse reposo acomete durante largos años la ruda tarea de pactar con los indios y rescatar los cautivos. Para ello, se interna Tierra Adentro, llega a las mismas tolderías, habla con los caciques en cuya compañía pasa largas temporadas, y regresa a tierra de cristianos trayendo como trofeos de sus incursiones arriesgadas gran número de cautivos de ambos sexos que allá en los aduares salvajes han gemido amargamente en aquellas largas e interminables noches de sus cautiverios. El capitán Solano ha recorrido las más largas, penosas y arriesgadas travesías en aquellas épocas en que internarse al Desierto equivalía renunciar a la vida. El mérito de éste valiente soldado de la civilización, consiste en este valor frío, tranquilo, sereno; en ese tacto y en esa seguridad que tiene en su propia fuerza de voluntad. El va, se interna a los confines de la pampa donde el bramido del tigre y el alarido del salvaje hacen dúo infernal y viven en consorcio amigable: es que las fieras también se buscan y fraternizan en las soledades y en las tupidas marañas de los campos solitarios del Desierto. Va jugando su vida en la seguridad de que el éxito de sus campañas son triunfos de la civilización. Los servicios del capitán Solano en esa larga campaña en que su figura se destaca con relieves de méritos indiscutibles, se condensan en sus viajes a las tolderías en busca de cautivos. Como soldado en las filas de los cuerpos en que ha servido, sus servicios se cuentan por largos años, habiéndose encontrado en innumerables combates librados en la Pampa. Entendiendo rendir homenaje de gratitud a su memoria, que bien la merece, dedicámosle esta página a fin de que su nombre no duerma perdido en esa larga noche del olvido en que se pierden para siempre los nombres de tantos héroes, unas veces por negligencias, otras por egoísmo, y muchas por ignorarse sus hazañas. Sin esta clase de servidores abnegados, tal vez la civilización aún estaría en embrión de esos solitarios campos del Desierto. El capitán Solano entró a prestar servicio militar, como soldado, el año 1855 en el Fortín Estomba que se pobló entonces, y a las ordenes del teniente Preafán. Con motivo del fallecimiento de este oficial que pereció en el Arroyo Tapalqué; Solano quedó a las órdenes del alférez Ivano quien al frente de una compañía del batallón 3 de línea se hizo cargo del mencionado fortín. El año 58; Solano fue licenciado; y el 64 con el grado de subteniente de guardias nacionales formó a las órdenes del comandante Lora, en Olavarría. Fue de los fundadores de este pueblo. El 65 pasó a órdenes del coronel Don Benito Machado, jefe de la Frontera Sud y Costa Sud. Ese año, por orden del coronel Machado, Solano hizo su primer viaje a las tolderías del temible Calfucurá con orden de pactar con este indio, pues se tenía conocimiento que una fuerte indiada debía invadir la frontera Sud. Solano llegó a los toldos, habló con Calfucurá: la invasión no se llevó a cabo, y regresó al campamento conduciendo algunas cautivas que le fueron entregadas. Poco tiempo después, el coronel Don Álvaro Barros es designado jefe de las fronteras en reemplazo del coronel Machado, y Solano sigue prestando servicios a órdenes del nuevo jefe. El 66, hace varios viajes a las tolderías de Calfucurá en Chiloé, de donde regresa con quince cautivos. El 68, es ascendido a teniente 2º, y a las órdenes del coronel Don Francisco Elías llegan a la Blanca Grande, abriendo los primeros cimientos de aquel avanzado Fuerte. El 69, el coronel Elías lo envía a los toldos de Calfucurá a objeto de hacer arreglos con este cacique. Allí permanece una temporada, y a su regreso trae treinta cautivas que fueron enviadas a sus respectivos domicilios. En ese mismo año hizo varios viajes al desierto desempeñando comisiones encomendadas por sus jefes. Entretanto, los indios invadieron por Quequén Chico y Tres Arroyos, llegando en fuertes grupos hasta el Arroyo Chico, partido de Tandil. Los invasores llevaron más de ochenta cautivos entre hombres, mujeres y niños. En el Sauce Corto, el Teniente Rivero que andaba en observación fue alcanzado por la indiada, y después de un reñido y desigual combate en que la mayor parte de la gente de este oficial fue muerta, y él herido, fue hecho prisionero y llevado a los toldos de Calfucurá. El 70 fue ascendido a Teniente Iº, y nuevamente fue mandado por el coronel Elías a los toldos de Calfucurá. Al llegar al Sauce Grande, el Teniente Solano y los tres soldados que lo acompañaban divisaron un indio bombero que desde la cumbre de un médano los observaba. Solano y sus hombres se encaminaron al paso del arroyo de donde les salió al encuentro un grupo de más de treinta indios. Los soldados de Solano rodearon las tropillas para mudar caballos y huir. A no haberlos convencidos que no debían disparar porque corrían peligro de ser lanceados de atrás, Solano hubiera quedado solo en el campo. Acompañado de uno de sus hombres, se adelantó hacia donde los indios venían, quedando los otros con las tropillas. Al aproximarse, los indios reconocieron a Solano, manifestándole que el objeto que los traía era llevar cautivos, para ver si por ese medio conseguían la libertad del padre del cacique Mariano Cañumil y de otros capitanejos que junto con treinta indios habían sido tomados prisioneros en Puán por el comandante Llanos, y se encontraban presos en la Blanca Grande. Capitaneaba el grupo de indios, un hijo de Cañumil. Solano logró convencer al indio que debían regresar a los toldos, que él se comprometía a solicitar del Ministro de la Guerra la libertad de los indios prisioneros. El hijo de Cañumil accedió, y emprendieron juntos la marcha hacia los toldos. De éste punto, acompañados por este cacique y cuatro indios salió para Chiloé residencia de Calfucurá. A los veinte días regresaba a la Blanca Grande con veinte cautivos que los indios tenían en sus toldos; y acompañado por el capitanejo Juan Miel cuatro indios que le servían de escoltas. El coronel Elías queriendo premiar éstos actos, solicitó y obtuvo el ascenso a Capitán, enviando a Solano a Buenos Aires a solicitar del Ministro de la Guerra la libertad de los indios prisioneros en la Blanca Grande. A su regreso, el capitán Solano era portador de una orden para el coronel Elías a fin de que pusiera en libertad los prisioneros, y les entregara al propio Solano para que lo condujera personalmente a sus toldos. Al mismo tiempo se le entregó hacienda yeguariza que llevó para racionar a los indios. La llegada de los prisioneros a las tolderías fue festejada con bailes, borracheras de los pampas, y fiestas tan salvajes como ellos mismos. Cuando el Capitán Solano regresó a la Blanca Grande traía cuarenta cautivos, incluso el Teniente Rivero prisionero en el Sauce Corto. Solano hablaba y conocía la lengua araucana con la misma propiedad que los indios. Durante la Guerra del Paraguay, Solano hizo varios viajes a las tolderías de Calfucurá, permaneciendo largas temporadas hasta que lograba la entrega de cautivos que eran conducidos después a sus destinos. El capitán Solano acompañó desde los toldos de Chiloé hasta el Azul, y de éste punto a Buenos Aires al cacique Manuel Namuncurá, y a los capitanejos que acompañaban a éste: Mariano Paisanán, Loncomil, Curumán Mericurá, Turuvin, Juan Miel, Curupán, Benito Pichicurá y otros que iban a conferenciar con el Ministro de la Guerra. El presidente de la Republica Dr. D. Márcos Paz, dió órdenes para que la comisión de indios fuera hospedada en el antiguo “Hotel Hispano Argentino”, calle Piedras entre Belgrano y Moreno. Tres meses permaneció en Buenos Aires la referida comisión indígena. El capitán Solano, había regresado a la frontera nuevamente. Por orden superior emprendió viaje a los toldos de Calfucurá llevando comunicaciones para el citado cacique. En este viaje llegó hasta las guaridas de indios que vivían en Milla-Huinqué, Anomur, Choiqué Mahuida, Cadi-Leufú, Tranir-Lauquén, Huinca-Renanco, Queni-Malaal, etc. Gobernaban estas tolderías los caciques hermanos Lincó y Rolupán. Con ellos hizo tratados y rescató muchos cautivos. Siendo Jefe de la frontera el General Don Ignacio Rivas, el año 72, Solano hizo varios viajes al Desierto. Unos conduciendo raciones para las tribus, otros con objeto de parlamentar con los caciques, y traer cautivos que generalmente le eran entregados. En unos de sus tantos el capitán Solano consiguió rescatar un considerable número de cautivos en el que venían cuarenta mujeres pertenecientes al Rosario de Santafé, y que habían sido tomadas por los indios de Calfucurá en la invasión que llevaron hasta el Sauce del Rosario, distante cinco leguas de la ciudad de ese nombre. Al regresar de Chiloé con los cautivos acompañaban al Capitán Solano diez capitanejos que Calfucurá enviaba a Buenos Aires en comisión ante las autoridades nacionales. La llegada de Solano con las cautivas rescatadas y los capitanejos que los acompañaban, causó como es consiguiente curiosidad en la gente de la ciudad que se aglomeraba en considerable número frente al local donde se hospedaban. Fueron visitados por el Arzobispo Dr. Federico Aneiros quien los colmó de atenciones. El entonces Ministro de la Guerra coronel Gainza ordenó a Solano que se embarcara en vapor Pavón y condujera personalmente las cautivas hasta la ciudad del Rosario, entregándolas a las autoridades para que las hicieran conducir a sus respectivos destinos. En Rosario fueron recibidos por una Comisión de damas, por el Presidente del Club Social Don Federico de la Barra y por numeroso público que ansiosos esperaban la llegada de los libertados. Al desembarcar, se produjeron actos y escenas emocionantes y conmovedoras. El capitán Solano fue obsequiado con una medalla con que la sociedad del Rosario premió sus actos de humanidad y de valentía reintegrando a la vida civilizada seres arrancados por la mano salvaje al cariño de los hogares. Cumplida su misión, el capitán Solano regresó a Buenos Aires, y de allí a la frontera con la comisión de indios que había permanecido por un mes en la ciudad. Llegado al campamento, el general Rivas lo envió a las tolderías para que distribuyera entre los indios tres mil yeguas de racionamiento de acuerdo con los pactos celebrados. En la batalla de San Carlos, el capitán Solano desempeñaba el cargo de jefe de baqueanos, y fue debido a sus indiscutibles conocimientos de los campos, que la división del general Rivas logró hacer sus marchas rapidísimas, y aparecer al venir el día delante de Cabeza del Buey, llegas a San Carlos donde se encontraba el coronel Boer, y librara contra las hordas de Calfucurá esa sangrienta como colosal batalla. Los indios, durante la batalla habían reconocido al capitán Solano y le gritaban “pásese capitán, pásese”. Pocos días después, el capitán Solano fue comisionado por el general Rivas para internarse hasta los mismos toldos de Calfucurá a objeto de hacer arreglos y tratados de paz, y rescatar los cautivos que allí tenían de rehenes. No obstante lo peligroso de la misión como consecuencia de la batalla que acababa de librarse y que los indios sufrieron enormes pérdidas, Solano se internó al Desierto, llegó a Chiloé y entregó las notas de que era portador al mismo Calfucurá. Este reunió sus caciques dándoles lectura del contenido, al mismo tiempo de que Solano les explicaba el objeto de su misión. Después de parlamentar, Calfucurá decidió entregarle treinta y siete mujeres cautivas, de las cuales, siete pertenecían a Bahía Blanca, las que Solano quería traer hasta el Azul, de donde serían enviadas por órdenes de general Rivas y bajo segura custodia. Los indios se opusieron, resolviendo que una misión de entre ellos las conducirían a Bahía Blanca. En efecto, se pusieron en marcha con numeroso arreo de cargueros. Llevaban ponchos matras, pluma de avestruz, quillangos, etc. Al llegar a Bahía Blanca una partida de soldados de las fuerzas del coronel Murga les salió al encuentro, y confundiéndolos con indios malones los pasaron a cuchillo. Entre los indios que formaban la comisión venía de jefe un sobrino de Calfucurá; y de segundo, un yerno del citado cacique. Las cautivas fueron llevadas a Bahía Blanca. Pocos días después, salía otra comisión de indios también con cargueros, y con destino a Bahía Blanca. A su paso encontraron los cadáveres de sus compañeros, y aprovechando que no fueron sentidos regresaron a los toldos con la noticia del fúnebre hallazgo. Entre tanto el capitán Solano había permanecido en Chiloé esperando reunir mayor número de cautivos para ponerse en marcha al Azul. El regreso de los indios alarmó considerablemente a la tribu que se puso en movimiento dando enormes alaridos y amenazando con lancear a Solano, a sus hombres y a las cautivas. Los indios rodearon el toldo donde se alojaba el capitán, esperando la señal del cacique para exterminarlo. Solano y los soldados que lo acompañaban se prepararon para defenderse. Las pobres cautivas lloraban asustadas, enloquecidas de terror! Debió ser aquel un cuadro conmovedor! Calfucurá enfurecido, empuñando filosa espada se dirigió a Solano amenazándolo con matarlo. Creía que debido a insinuaciones suyas los indios habían sido muertos en Bahía Blanca. Solano tranquilo, sin perder su serenidad ni su temple le habló en la lengua, logrando convencer al terrible cacique que la culpa la tenían ellos mismos: que su propio hijo había escrito las notas, y que recordára que él mismo les había propuesto llevarlas al Azul, y de aquí remitir las cautivas a Bahía Blanca. “Tenés razón, hijo”, le contestó Calfucurá, “por eso no te mato”; y arrojando la espada al suelo, ordenó a los indios que se retiraran. Al día siguiente, a instancias de Solano, este fue despachado con notas para el general Rivas y el coronel Elías, llevando las cautivas y acompañado por el capitanejo Corobui y seis indios. Un mes después de permanecer en Azul, el general Rivas envió de nuevamente a Solano a los toldos de Chiloé con regalos para Calfucurá. Llevaba cinco cargueros con ponchos, chiripás, sombreros, chucherías y ropa de toda clase. Calfucurá, agradecido a esta distinción; cuando regresó el capitán Solano, le entregó varios cautivos que fueron traídos al Azul. Al estallar la revolución del 74, el capitán Solano se encontraba en Buenos Aires. El coronel Barros lo envió para que se entrevistara con Juan José Catriel a fines de atraerlo a las filas del Ejército leal al gobierno. Su misión no debió serle de buenos resultados en el primer momento, pués éste cacique se sublevó a favor de la Revolución; aunque más tarde se presentó con sus indios a la División del coronel Lagos, traicionando a su hermano Cipriano Catriel y a los jefes con que se había comprometido. Más tarde Solano fue mandado en comisión por el Doctor Alsina Ministro de Guerra, a los toldos de Namuncurá. En marcha por el Desierto, Solano avistó una fuerte invasión A fin de no caer en manos de los indios, se desvió cuanto le fué posible, llegando a los toldos del referido cacique donde solo encontró la chusma y algunos indios viejos de la tribu, pues toda la indiada con Namuncurá al frente se había lanzado al malón. Al emprender su regreso, venía el capitán Solano acompañado por el cacique Millalua y seis indios con lo que llegó a Carhué presentándose al coronel D. Nicolás Levalle. Este jefe colmó de regalos a los indios que permanecieron varios en el campamento, de donde regresaron a sus toldos. Solano siguió viaje a Buenos Aires a dar cuenta de su misión. En el año 80, el general Roca comisionó al capitán Solano para recibir y conducir hasta la capital al cacique Valentín Sayhueque y su comitiva; igualmente que otra comisión de indios encabezada por el cacique Lorenzo Paine-Milla que venían a pedir tierras al gobierno. Todos estos indios fueron alojados en el viejo Cuartel del Retiro. Para los años 98 o 99 llegó al Azul la india Viviana García, titulada “Reina de lo Indios”. Acompañábanla dos hijos, y los capitanejos Juan Centenera, Mariano Guerra, Simón Rosas, Francisco Díaz, Fermín Garro, Máximo Jerez y otros más. Solano los acompañó hasta Buenos Aires donde se presentaron ante las autoridades nacionales. La India Viviana, venía también a solicitar tierras del Gobierno para poblarlas con sus indios. El capitán Solano murió en el Azul, viejo y pobre. Era hijo del guerrero de las invasiones inglesas y de la guerra de la Independencia, Teniente Dionisio Solano, del célebre “Regimiento Patricios”. Como a tantos otros, la patria lo tiene olvidado.
Biografía del personaje azuleño extraída de: “RECORDANDO EL PASADO”, Tomo I, Págs. 335/342, de Antonio G. del Valle, Editorial Placente y Dupuy, Azul, 1926.-
El capitán Don Rufino Solano, es uno de los buenos y leales servidores de la civilización. Desde su juventud, sirve en las fronteras jugando temerariamente su vida; salvando de las garras del salvaje, infinidad de cautivos, para devolverlos a los hogares de donde han sido arrancados por la fuerza y la insolencia brutal del indómito hijo del Desierto. No se detiene ante el peligro de las chuzas ensangrentadas de los bárbaros que irrumpen como avalanchas de fieras, husmeando sangre. Su misión noble y austera, lo lleva más allá. El capitán Solano, entiende que es deber de patriotismo y de humanidad tender la mano a sus semejantes; y sin darse reposo acomete durante largos años la ruda tarea de pactar con los indios y rescatar los cautivos. Para ello, se interna Tierra Adentro, llega a las mismas tolderías, habla con los caciques en cuya compañía pasa largas temporadas, y regresa a tierra de cristianos trayendo como trofeos de sus incursiones arriesgadas gran número de cautivos de ambos sexos que allá en los aduares salvajes han gemido amargamente en aquellas largas e interminables noches de sus cautiverios. El capitán Solano ha recorrido las más largas, penosas y arriesgadas travesías en aquellas épocas en que internarse al Desierto equivalía renunciar a la vida. El mérito de éste valiente soldado de la civilización, consiste en este valor frío, tranquilo, sereno; en ese tacto y en esa seguridad que tiene en su propia fuerza de voluntad. El va, se interna a los confines de la pampa donde el bramido del tigre y el alarido del salvaje hacen dúo infernal y viven en consorcio amigable: es que las fieras también se buscan y fraternizan en las soledades y en las tupidas marañas de los campos solitarios del Desierto. Va jugando su vida en la seguridad de que el éxito de sus campañas son triunfos de la civilización. Los servicios del capitán Solano en esa larga campaña en que su figura se destaca con relieves de méritos indiscutibles, se condensan en sus viajes a las tolderías en busca de cautivos. Como soldado en las filas de los cuerpos en que ha servido, sus servicios se cuentan por largos años, habiéndose encontrado en innumerables combates librados en la Pampa. Entendiendo rendir homenaje de gratitud a su memoria, que bien la merece, dedicámosle esta página a fin de que su nombre no duerma perdido en esa larga noche del olvido en que se pierden para siempre los nombres de tantos héroes, unas veces por negligencias, otras por egoísmo, y muchas por ignorarse sus hazañas. Sin esta clase de servidores abnegados, tal vez la civilización aún estaría en embrión de esos solitarios campos del Desierto. El capitán Solano entró a prestar servicio militar, como soldado, el año 1855 en el Fortín Estomba que se pobló entonces, y a las ordenes del teniente Preafán. Con motivo del fallecimiento de este oficial que pereció en el Arroyo Tapalqué; Solano quedó a las órdenes del alférez Ivano quien al frente de una compañía del batallón 3 de línea se hizo cargo del mencionado fortín. El año 58; Solano fue licenciado; y el 64 con el grado de subteniente de guardias nacionales formó a las órdenes del comandante Lora, en Olavarría. Fue de los fundadores de este pueblo. El 65 pasó a órdenes del coronel Don Benito Machado, jefe de la Frontera Sud y Costa Sud. Ese año, por orden del coronel Machado, Solano hizo su primer viaje a las tolderías del temible Calfucurá con orden de pactar con este indio, pues se tenía conocimiento que una fuerte indiada debía invadir la frontera Sud. Solano llegó a los toldos, habló con Calfucurá: la invasión no se llevó a cabo, y regresó al campamento conduciendo algunas cautivas que le fueron entregadas. Poco tiempo después, el coronel Don Álvaro Barros es designado jefe de las fronteras en reemplazo del coronel Machado, y Solano sigue prestando servicios a órdenes del nuevo jefe. El 66, hace varios viajes a las tolderías de Calfucurá en Chiloé, de donde regresa con quince cautivos. El 68, es ascendido a teniente 2º, y a las órdenes del coronel Don Francisco Elías llegan a la Blanca Grande, abriendo los primeros cimientos de aquel avanzado Fuerte. El 69, el coronel Elías lo envía a los toldos de Calfucurá a objeto de hacer arreglos con este cacique. Allí permanece una temporada, y a su regreso trae treinta cautivas que fueron enviadas a sus respectivos domicilios. En ese mismo año hizo varios viajes al desierto desempeñando comisiones encomendadas por sus jefes. Entretanto, los indios invadieron por Quequén Chico y Tres Arroyos, llegando en fuertes grupos hasta el Arroyo Chico, partido de Tandil. Los invasores llevaron más de ochenta cautivos entre hombres, mujeres y niños. En el Sauce Corto, el Teniente Rivero que andaba en observación fue alcanzado por la indiada, y después de un reñido y desigual combate en que la mayor parte de la gente de este oficial fue muerta, y él herido, fue hecho prisionero y llevado a los toldos de Calfucurá. El 70 fue ascendido a Teniente Iº, y nuevamente fue mandado por el coronel Elías a los toldos de Calfucurá. Al llegar al Sauce Grande, el Teniente Solano y los tres soldados que lo acompañaban divisaron un indio bombero que desde la cumbre de un médano los observaba. Solano y sus hombres se encaminaron al paso del arroyo de donde les salió al encuentro un grupo de más de treinta indios. Los soldados de Solano rodearon las tropillas para mudar caballos y huir. A no haberlos convencidos que no debían disparar porque corrían peligro de ser lanceados de atrás, Solano hubiera quedado solo en el campo. Acompañado de uno de sus hombres, se adelantó hacia donde los indios venían, quedando los otros con las tropillas. Al aproximarse, los indios reconocieron a Solano, manifestándole que el objeto que los traía era llevar cautivos, para ver si por ese medio conseguían la libertad del padre del cacique Mariano Cañumil y de otros capitanejos que junto con treinta indios habían sido tomados prisioneros en Puán por el comandante Llanos, y se encontraban presos en la Blanca Grande. Capitaneaba el grupo de indios, un hijo de Cañumil. Solano logró convencer al indio que debían regresar a los toldos, que él se comprometía a solicitar del Ministro de la Guerra la libertad de los indios prisioneros. El hijo de Cañumil accedió, y emprendieron juntos la marcha hacia los toldos. De éste punto, acompañados por este cacique y cuatro indios salió para Chiloé residencia de Calfucurá. A los veinte días regresaba a la Blanca Grande con veinte cautivos que los indios tenían en sus toldos; y acompañado por el capitanejo Juan Miel cuatro indios que le servían de escoltas. El coronel Elías queriendo premiar éstos actos, solicitó y obtuvo el ascenso a Capitán, enviando a Solano a Buenos Aires a solicitar del Ministro de la Guerra la libertad de los indios prisioneros en la Blanca Grande. A su regreso, el capitán Solano era portador de una orden para el coronel Elías a fin de que pusiera en libertad los prisioneros, y les entregara al propio Solano para que lo condujera personalmente a sus toldos. Al mismo tiempo se le entregó hacienda yeguariza que llevó para racionar a los indios. La llegada de los prisioneros a las tolderías fue festejada con bailes, borracheras de los pampas, y fiestas tan salvajes como ellos mismos. Cuando el Capitán Solano regresó a la Blanca Grande traía cuarenta cautivos, incluso el Teniente Rivero prisionero en el Sauce Corto. Solano hablaba y conocía la lengua araucana con la misma propiedad que los indios. Durante la Guerra del Paraguay, Solano hizo varios viajes a las tolderías de Calfucurá, permaneciendo largas temporadas hasta que lograba la entrega de cautivos que eran conducidos después a sus destinos. El capitán Solano acompañó desde los toldos de Chiloé hasta el Azul, y de éste punto a Buenos Aires al cacique Manuel Namuncurá, y a los capitanejos que acompañaban a éste: Mariano Paisanán, Loncomil, Curumán Mericurá, Turuvin, Juan Miel, Curupán, Benito Pichicurá y otros que iban a conferenciar con el Ministro de la Guerra. El presidente de la Republica Dr. D. Márcos Paz, dió órdenes para que la comisión de indios fuera hospedada en el antiguo “Hotel Hispano Argentino”, calle Piedras entre Belgrano y Moreno. Tres meses permaneció en Buenos Aires la referida comisión indígena. El capitán Solano, había regresado a la frontera nuevamente. Por orden superior emprendió viaje a los toldos de Calfucurá llevando comunicaciones para el citado cacique. En este viaje llegó hasta las guaridas de indios que vivían en Milla-Huinqué, Anomur, Choiqué Mahuida, Cadi-Leufú, Tranir-Lauquén, Huinca-Renanco, Queni-Malaal, etc. Gobernaban estas tolderías los caciques hermanos Lincó y Rolupán. Con ellos hizo tratados y rescató muchos cautivos. Siendo Jefe de la frontera el General Don Ignacio Rivas, el año 72, Solano hizo varios viajes al Desierto. Unos conduciendo raciones para las tribus, otros con objeto de parlamentar con los caciques, y traer cautivos que generalmente le eran entregados. En unos de sus tantos el capitán Solano consiguió rescatar un considerable número de cautivos en el que venían cuarenta mujeres pertenecientes al Rosario de Santafé, y que habían sido tomadas por los indios de Calfucurá en la invasión que llevaron hasta el Sauce del Rosario, distante cinco leguas de la ciudad de ese nombre. Al regresar de Chiloé con los cautivos acompañaban al Capitán Solano diez capitanejos que Calfucurá enviaba a Buenos Aires en comisión ante las autoridades nacionales. La llegada de Solano con las cautivas rescatadas y los capitanejos que los acompañaban, causó como es consiguiente curiosidad en la gente de la ciudad que se aglomeraba en considerable número frente al local donde se hospedaban. Fueron visitados por el Arzobispo Dr. Federico Aneiros quien los colmó de atenciones. El entonces Ministro de la Guerra coronel Gainza ordenó a Solano que se embarcara en vapor Pavón y condujera personalmente las cautivas hasta la ciudad del Rosario, entregándolas a las autoridades para que las hicieran conducir a sus respectivos destinos. En Rosario fueron recibidos por una Comisión de damas, por el Presidente del Club Social Don Federico de la Barra y por numeroso público que ansiosos esperaban la llegada de los libertados. Al desembarcar, se produjeron actos y escenas emocionantes y conmovedoras. El capitán Solano fue obsequiado con una medalla con que la sociedad del Rosario premió sus actos de humanidad y de valentía reintegrando a la vida civilizada seres arrancados por la mano salvaje al cariño de los hogares. Cumplida su misión, el capitán Solano regresó a Buenos Aires, y de allí a la frontera con la comisión de indios que había permanecido por un mes en la ciudad. Llegado al campamento, el general Rivas lo envió a las tolderías para que distribuyera entre los indios tres mil yeguas de racionamiento de acuerdo con los pactos celebrados. En la batalla de San Carlos, el capitán Solano desempeñaba el cargo de jefe de baqueanos, y fue debido a sus indiscutibles conocimientos de los campos, que la división del general Rivas logró hacer sus marchas rapidísimas, y aparecer al venir el día delante de Cabeza del Buey, llegas a San Carlos donde se encontraba el coronel Boer, y librara contra las hordas de Calfucurá esa sangrienta como colosal batalla. Los indios, durante la batalla habían reconocido al capitán Solano y le gritaban “pásese capitán, pásese”. Pocos días después, el capitán Solano fue comisionado por el general Rivas para internarse hasta los mismos toldos de Calfucurá a objeto de hacer arreglos y tratados de paz, y rescatar los cautivos que allí tenían de rehenes. No obstante lo peligroso de la misión como consecuencia de la batalla que acababa de librarse y que los indios sufrieron enormes pérdidas, Solano se internó al Desierto, llegó a Chiloé y entregó las notas de que era portador al mismo Calfucurá. Este reunió sus caciques dándoles lectura del contenido, al mismo tiempo de que Solano les explicaba el objeto de su misión. Después de parlamentar, Calfucurá decidió entregarle treinta y siete mujeres cautivas, de las cuales, siete pertenecían a Bahía Blanca, las que Solano quería traer hasta el Azul, de donde serían enviadas por órdenes de general Rivas y bajo segura custodia. Los indios se opusieron, resolviendo que una misión de entre ellos las conducirían a Bahía Blanca. En efecto, se pusieron en marcha con numeroso arreo de cargueros. Llevaban ponchos matras, pluma de avestruz, quillangos, etc. Al llegar a Bahía Blanca una partida de soldados de las fuerzas del coronel Murga les salió al encuentro, y confundiéndolos con indios malones los pasaron a cuchillo. Entre los indios que formaban la comisión venía de jefe un sobrino de Calfucurá; y de segundo, un yerno del citado cacique. Las cautivas fueron llevadas a Bahía Blanca. Pocos días después, salía otra comisión de indios también con cargueros, y con destino a Bahía Blanca. A su paso encontraron los cadáveres de sus compañeros, y aprovechando que no fueron sentidos regresaron a los toldos con la noticia del fúnebre hallazgo. Entre tanto el capitán Solano había permanecido en Chiloé esperando reunir mayor número de cautivos para ponerse en marcha al Azul. El regreso de los indios alarmó considerablemente a la tribu que se puso en movimiento dando enormes alaridos y amenazando con lancear a Solano, a sus hombres y a las cautivas. Los indios rodearon el toldo donde se alojaba el capitán, esperando la señal del cacique para exterminarlo. Solano y los soldados que lo acompañaban se prepararon para defenderse. Las pobres cautivas lloraban asustadas, enloquecidas de terror! Debió ser aquel un cuadro conmovedor! Calfucurá enfurecido, empuñando filosa espada se dirigió a Solano amenazándolo con matarlo. Creía que debido a insinuaciones suyas los indios habían sido muertos en Bahía Blanca. Solano tranquilo, sin perder su serenidad ni su temple le habló en la lengua, logrando convencer al terrible cacique que la culpa la tenían ellos mismos: que su propio hijo había escrito las notas, y que recordára que él mismo les había propuesto llevarlas al Azul, y de aquí remitir las cautivas a Bahía Blanca. “Tenés razón, hijo”, le contestó Calfucurá, “por eso no te mato”; y arrojando la espada al suelo, ordenó a los indios que se retiraran. Al día siguiente, a instancias de Solano, este fue despachado con notas para el general Rivas y el coronel Elías, llevando las cautivas y acompañado por el capitanejo Corobui y seis indios. Un mes después de permanecer en Azul, el general Rivas envió de nuevamente a Solano a los toldos de Chiloé con regalos para Calfucurá. Llevaba cinco cargueros con ponchos, chiripás, sombreros, chucherías y ropa de toda clase. Calfucurá, agradecido a esta distinción; cuando regresó el capitán Solano, le entregó varios cautivos que fueron traídos al Azul. Al estallar la revolución del 74, el capitán Solano se encontraba en Buenos Aires. El coronel Barros lo envió para que se entrevistara con Juan José Catriel a fines de atraerlo a las filas del Ejército leal al gobierno. Su misión no debió serle de buenos resultados en el primer momento, pués éste cacique se sublevó a favor de la Revolución; aunque más tarde se presentó con sus indios a la División del coronel Lagos, traicionando a su hermano Cipriano Catriel y a los jefes con que se había comprometido. Más tarde Solano fue mandado en comisión por el Doctor Alsina Ministro de Guerra, a los toldos de Namuncurá. En marcha por el Desierto, Solano avistó una fuerte invasión A fin de no caer en manos de los indios, se desvió cuanto le fué posible, llegando a los toldos del referido cacique donde solo encontró la chusma y algunos indios viejos de la tribu, pues toda la indiada con Namuncurá al frente se había lanzado al malón. Al emprender su regreso, venía el capitán Solano acompañado por el cacique Millalua y seis indios con lo que llegó a Carhué presentándose al coronel D. Nicolás Levalle. Este jefe colmó de regalos a los indios que permanecieron varios en el campamento, de donde regresaron a sus toldos. Solano siguió viaje a Buenos Aires a dar cuenta de su misión. En el año 80, el general Roca comisionó al capitán Solano para recibir y conducir hasta la capital al cacique Valentín Sayhueque y su comitiva; igualmente que otra comisión de indios encabezada por el cacique Lorenzo Paine-Milla que venían a pedir tierras al gobierno. Todos estos indios fueron alojados en el viejo Cuartel del Retiro. Para los años 98 o 99 llegó al Azul la india Viviana García, titulada “Reina de lo Indios”. Acompañábanla dos hijos, y los capitanejos Juan Centenera, Mariano Guerra, Simón Rosas, Francisco Díaz, Fermín Garro, Máximo Jerez y otros más. Solano los acompañó hasta Buenos Aires donde se presentaron ante las autoridades nacionales. La India Viviana, venía también a solicitar tierras del Gobierno para poblarlas con sus indios. El capitán Solano murió en el Azul, viejo y pobre. Era hijo del guerrero de las invasiones inglesas y de la guerra de la Independencia, Teniente Dionisio Solano, del célebre “Regimiento Patricios”. Como a tantos otros, la patria lo tiene olvidado.
8 comentarios:
Hola amigos!!! ... Desde Témperley,todos "Los cuatro" les enviamos un abrazo fraterno y nuestro agradecimiento por toda la onda y energía que nos brindaron en nuestra estadía en Azul!!!
Salú compañeros!!!!
PUBLICADO POR EL DIARIO "EL TIEMPO" DEL 08/11/2007.-
EL CAPITÁN DON RUFINO SOLANO
EL DIPLOMATICO DE LAS PAMPAS
El Capitán Don Rufino Solano actuó en la llamada “Frontera del desierto” entre los años 1855 y 1880, donde desarrolló un papel incomparable dentro de nuestra historia argentina. Por su labor, conoció y trató personalmente con las más altas autoridades, tales como Justo José de Urquiza, Domingo F. Sarmiento, Nicolás Avellaneda, Bartolomé Mitre, Marcos Paz, Adolfo Alsina, Martín de Gainza y hasta el mismísimo Julio A. Roca. En el ámbito militar actuó y combatió bajo las órdenes del Coronel Álvaro Barros, coronel Francisco de Elías, general Ignacio Rivas, coronel Benito Machado, entre otros. En el ámbito eclesiástico, fue además el eslabón militar con el Arzobispado metropolitano, en la figura de su Arzobispo Monseñor León Federico Aneiros, denominado “El Padre de los indios”. Esta última tarea lo llevó a actuar muy estrechamente con el P. Jorge María Salvaire, mentor y fundador de la Gran Basílica de Nuestra Señora del Luján.
El Capitán Solano junto al Cacique Manuel Namuncurá y tres Capitanejos
Este militar, con verdadero arte y aplomo, también se vinculaba y relacionaba con todos los Caciques, Caciquejos y Capitanejos de las pampas, adentrándose hasta sus propias tolderías para contactarlos. Mediante estas acciones, logró liberar cientos de personas, entre cautivas, niños, canje de prisioneros e incluso funcionarios, como es el caso de Don Exequiel Martínez, Juez de Paz de Tapalqué, en una época donde arreciaban los terribles malones tanto a los poblados, como en la zona rural.
Del mismo modo, mediante esta labor mediadora y pacificadora, logró evitar incontables enfrentamientos y ataques a las poblaciones. Es por ello, que prestigiosos y académicos historiadores, concluyen sin vacilar que “durante casi veinte años el Capitán Solano logró mantener la paz en sus confines (sic)” R. Entraigas, Op. Citada. Galardonan su legajo militar dos glosas manuscritas por el Coronel Álvaro Barros, fundador de Olavarría, donde lo colma de merecidos elogios.
Ignacio Rivas Adolfo Alsina Alvaro Barros
Por este don que poseía, el Ministro de Guerra Adolfo Alsina, ante una gran multitud reunida en el Azul en el mes de diciembre del año 1875, le manifestó: “Capitán Rufino solano, usted en su oficio es tan útil al país como el mejor guerrero”. Es que, mediante tratados de paz, logró evitar los ataques a la región durante la guerra con Paraguay, donde existía mucha debilidad en la frontera.
Si bien era poseedor de una gran valentía, lo que más lo identificaba era su técnica y poder de persuasión, no solo porque dominaba el idioma araucano a la perfección, sino porque además sabía como plantarse ante los bravos caciques y demostrar su firmeza, sinceridad y honestidad en su trato; esta innata virtud le permitió gozar del máximo prestigio y confianza de ambos bandos.
Mediante su atinado manejo de las situaciones críticas, logró evitar mayores derramamientos de sangre y por este aspecto, con toda justicia, se lo conoció como “El diplomático de las pampas”. Su actividad se vio interrumpida cuando el General Julio A. Roca decidiera llevar a cabo la “conquista del Desierto”, en 1880, contienda en que la que Rufino Solano no participó. Pero si actuó valientemente como soldado cuando debió defender a los suyos, como veremos más adelante.
En cumplimiento de su tarea, se lo vio acompañando a cuanta delegación de indígenas se acercó a Buenos Aires a parlamentar con las autoridades nacionales, sean estas políticas, militares o eclesiásticas. Cuando venía con estas embajadas, se alojaba en el Hotel Hispano Argentino u otro de Buenos Aires, en muchas ocasiones en los Cuarteles del Retiro, e iba con ellos a las distintas entrevistas y audiencias, finalizadas ellas, los acompañaba de regreso, cabalgando con ellos, rumbo a la frontera.
En la fotografía se lo puede ver junto a varios Caciques, enviados de Calfucurá, esperando una audiencia con el General Justo J. de Urquiza.
El diplomático de las pampas
Durante sus servicios, efectuó travesías de miles de kilómetros a caballo, siempre acompañado por un puñado de soldados e incluso en muchas ocasiones se aventuraba en soledad; solía pasar varias jornadas en las tolderías, donde era admitido y aceptado merced al enorme respeto y consideración que se le tenía, cada acercamiento le permitió retirarse llevándose cautivas y prisioneros de los indios.
Este “hombre de dos mundos” sabía hablar el idioma de los indígenas a la perfección, especialmente el araucano, la lengua de Calfucurá, Namuncurá, Pinsén, etc., manejando los términos adecuados para manifestarse ante estos líderes; pero, también poseía la misma valiosa virtud, para tratar con sus mandos, en castellano, tanto militares como del Gobierno Nacional, para arribar a acuerdos ecuánimes y que finalmente se cumplieran. Esta honestidad en su comportamiento, le permitía a Solano ser bien recibido en las tolderías para lograr salvar nuevas vidas.
En cierta ocasión, durante sus recorridas por la frontera, sorpresivamente se encontraron copados por una gran cantidad de indios, en la oportunidad Solano iba con un pequeño grupo de soldados. Estos soldados con armas en mano, se prepararon para una rápida retirada, pero el Capitán les ordenó que se quedaran quietos, comprendió que actuando de esta manera lo único que iban a lograr sería que los “chucearan” por la espalda. En vista de ello, les pidió que lo esperaran, que iría a parlamentar para tratar de salvar sus vidas, y de inmediato se dirigió solo hacia un individuo que, por su postura y aspecto, parecía era el líder de la indiada. Tras este parlamento, donde solo Díos sabe lo que le dijo, todos se adentraron hasta la toldería, y luego de un par de días regresaron con un grupo de cautivas y prisioneros, e incluso fueron escoltados por los propios indios y este caciquejo hasta las cercanías del fuerte. Este hecho y muchos episodios más, se encuentran plasmados en valiosos manuscritos de la época, obrantes en el Archivo Histórico del ejército Argentino, como claro testimonio del prestigio que gozaba este ilustre azuleño.
Durante su larga vida de frontera, son innumerables los momentos en que la vida del Capitán Solano en la cual estuvo a cinco centímetros de punta de una lanza, donde logró salvar su vida, y la de muchos, gracias a esta prodigiosa habilidad que poseía.
Rufino Solano actuó en los Fuertes Estomba, Blanca Grande y del Arroyo Azul, entre tantos otros, y por su desempeño militar se lo considera uno de los forjadores de las fundaciones de las ciudades de Olavarría, San Carlos de Bolívar, entre otros lugares donde le tocó servir.
Rescate de prisioneros de la ciudad de Rosario, Santa Fe
Para el año 1873, en un multitudinario acto, le fue entregada por la sociedad de la ciudad de Rosario, Santa Fe una medalla de oro, en premio a sus servicios rescatando prisioneros y cautivas residentes en esa ciudad. En dicho acto también se le hizo entrega de un testimonio de gratitud que manifiesta lo siguiente: “Rosario, 5 de agosto de 1873. Al Capitán Don Rufino Solano: Me es satisfactorio dirigirme a Ud. Participándole que el “Club Social” que tengo el honor de presidir resolvió en asamblea general obsequiar a Ud. Con una medalla de oro que le será entregada por el socio Don José de Caminos la que tiene en su faces verdadera expresión de los sentimientos que han inspirado al “Club Social” a votar en su obsequio este testimonio de simpatía y agradecimiento por la atenta abnegación y generosidad con que penetró hasta las tolderías de los indios de la Pampa para realizar el rescate de los cautivos cristianos, llevando con plausible resultado la difícil y peligrosa misión que le encomendó la Comisión de rescate del Rosario. Esta sociedad no podrá olvidar tan preciosos servicios y ha resuelto acreditarle estos sentimientos con este débil pero honroso testimonio. Manifestando así los deseos del “Club Social” del Rosario, me complazco en ofrecer a Ud. Toda mi consideración. Firmado: Federico de la Barra (Presidente)”. Dicho acontecimiento fue reproducido en las primeras planas de todos los diarios de la de la ciudad de Rosario y de la Capital Federal, de aquella época.
Luego de finalizar la conquista, los indios continuaron buscando al Capitán Solano para que les ayudara a conseguir tierras donde vivir y muchos de ellos las consiguieron gracias a su influencia, conduciéndolos ante el mismísimo Presidente de la República, General J. A. Roca, a efectuar sus justos petitorios; así lo hicieron el Cacique Valentín Sayhueque, Manuel Namuncurá, la Reina de los Indios Catrieleros Bibiana García, entre muchos otros. En esos territorios obtenidos hoy se hallan enclavadas las ciudades de Catriel, Valcheta y muchas poblaciones más, dentro del territorio de las provincias de Buenos Aires, La Pampa y de Río Negro.
Blanca Grande, Olavarría. Batalla de San Carlos, Bolívar. Muerte de Calfucurá.
El capitán Rufino Solano Intervino en numerosas batallas en defensa de los pueblos fronterizos, enfrentándose al ataque de malones (San Carlos de Bolívar, Azul, Olavarria, Cacharí, Tapalqué, Tandil, Bahía Blanca, Tres Arroyos, etc.), entre ellas son dignas de mencionar su intervención en Blanca Grande a las órdenes de los coroneles Benito Machado y Alvaro Barros y más tarde, a partir de 1868, junto al coronel Francisco Elías, sentando las bases de la actual ciudad de Olavarría. Junto al general Ignacio Rivas, con el grado de capitán, participó en la feroz e encarnizada batalla de San Carlos, el 8 de marzo de 1872, abriendo los cimientes de la hoy ciudad de San Carlos de Bolívar; en esta última contienda, que duró todo el día, los indios, reconociéndolo, le gritaban “pásese Capitán !!”. En esta batalla, en la que participó como jefe del cuerpo de baqueanos, y fue debido a sus indiscutibles conocimientos de los campos que la División del General Ignacio Rivas logró hacer marchas rapidísimas.
Su intervención en San Carlos no impidió a este valiente soldado, que al poco tiempo de esta decisiva batalla, se presentara nuevamente en la propia toldería de del temible cacique Calfucurá, su contrincante vencido, apodado “El Soberano de las pampas y de la Patagonia”, siendo casi un milagro que no lo mataran; no solo ello, sino que al cabo de algunos días pudo retirarse llevándose consigo decenas de cautivas a sus hogares.
Este episodio es único e inolvidable, porque Calfucurá, sintiéndose morir, en la noche del 3 de julio de 1873, le indicó al Capitán Solano que debía retirarse, porque sabía que luego de su muerte lo iban a ejecutar junto con todas las cautivas. Así lo hizo, e inmediatamente luego del fallecimiento del cacique, partió el malón a alcanzar al rescatador y las cautivas: se escuchaban cada vez más próximos los aterradores alaridos de sus perseguidores y cabalgando durante toda la noche, finalmente lograron salvarse llegando a sitio seguro. Fue así como el Capitán Rufino Solano fue el último cristiano que vio con vida a este legendario cacique. El cual, en sus últimos instantes de vida, tuvo un gesto de majestuosa grandeza y generosidad. Por esta verdadera hazaña, el Capitán Solano fue recibido con admiración y gratitud en Buenos Aires por el Arzobispo Aneiros, el Presidente de la Nación y todo su gabinete. Monseñor Aneiros mandó a colocar, en el Palacio del Arzobispado, una placa conmemorativa de este singular suceso.
Su participación junto a la Iglesia.
A propósito de esta máxima figura de la Iglesia Argentina, el Arzobispo Federico León Aneiros, como dijimos, denominado “El Padre de los indios”, en numerosas oportunidades, el Capitán Rufino Solano le ofició de enlace e intérprete con diversas embajadas de líderes indígenas, con quienes, esta célebre autoridad eclesiástica del país, mantuvo varias reuniones en mencionado Hotel Hispano Argentino de Buenos Aires y en otras oportunidades, en la propia sede del Arzobispado.
La Iglesia anteriormente había intentado un acercamiento al aborigen, fue así como en enero de 1859, el Padre Guimón, asistido por los Padres Harbustán y Larrouy, bayoneses, se internaron en Azul para entrevistarse con Cipriano Catriel, manteniendo tres encuentros con este cacique. El primero fue halagüeño, mostrándose Catriel solícito para atender los requerimientos. En el segundo, el P. Guimón expuso los proyectos de su acción evangelizadora, expresándole: “Somos extranjeros, hemos consentido el sacrificio de abandonar nuestro país, nuestros parientes y amigos, con el solo fin de dar a conocer la verdadera religión… ¿No tendría el cacique el deseo de ser instruido en ella?”. “-¿Por lo menos negaría el permiso de enseñarla a la gente de la tribu y especialmente a los niños?”. Todo hacía prever la afirmativa respuesta del cacique, sin embargo, después de consultar al adivino y a los demás jefes, el primero mostró su negativa. Durante la tercera entrevista, respondió Catriel de este modo: “No queremos recibirlo más en adelante, ni siquiera una vez, aunque fuera solo para satisfacción de su curiosidad”. Debido a este manifiesto rechazo demostrado por los indígenas, el misionero debió regresar a Buenos Aires, viendo totalmente frustrado su intento de acercamiento.
Catorce años mas tarde, el 25 de enero de 1874, arriba al Azul el Padre Jorge María Salvaire (lazarista) con idénticas intenciones de catequizar e impartir los sacramentos, pero esta vez contando el sacerdote y la Iglesia con la invalorable presencia intercesora del acreditado capitán Rufino Solano. Es así como debiendo internarse en la pampa, en dirección a los toldos de Namuncurá, la prudencia y la cautela de este célebre sacerdote le aconsejaron la intervención de “…el capitán Rufino Solano, hombre experimentado en la vida de frontera, que en varias oportunidades y con el mismo fin había participado para Salinas Grandes, ganándose la confianza de los caciques y capitanejos, cuya lengua conocía a la perfección” (Monseñor J. G. Durán, Ops. citadas.)
Queda certificada la activa participación y la benéfica influencia ejercida por el capitán Solano, por la existencia de tres cordiales y afectuosas misivas dirigidas a él: dos enviadas por el cacique Alvarito Reumay, fechadas el 15 de febrero y 13 de marzo de 1874 y la otra remitida por el cacique Bernardo Namuncurá, del 13 de marzo de 1874. Es bien conocido que este último fue el que salvó al Padre J. M. Salvaire a punto de ser ultimado por su hermano, el cacique Manuel Namuncurá, hijo de Juan Calfucurá y padre de nuestro Ceferino Namuncurá. (Archivo Basílica Ntra. Sra. de Luján, J. M. Salvaire, Fuente citada).
Son célebres los sucesos ocurridos en el transcurso de las mencionadas tratativas. La providencial intervención de Bernardo Namuncurá salvándole la vida al P. Salvaire, y las consiguientes promesas a la virgen efectuadas, que han dado origen a su proceso de beatificación, el cual se halla en trámite.
1 2 3
1) Arzobispo León Federico Aneiros y otros sacerdotes. 2) Padre Jorge María Salvaire. 3) Placa Padre J. M. Salvaire.
Fue así como el Capitán Rufino Solano trató, colaboró y le allanó el camino en la misión, casi quince años postergada, al virtuoso y venerable Padre Jorge María Salvaire, llamado “El misionero del desierto y de la Virgen del Luján”, comenzando la iglesia a tener un contacto mucho más frecuente y fluido. Así lo testimonian expresivas correspondencias remitidas por el Cacique Manuel Namuncurá al Arzobispo Aneiros, destacando este cacique la presencia del Capitán Solano guiando la delegación que iba a entrevistar al ilustre Arzobispo, entre otras más. (Capítulo “Correspondencia con los caciques”, Op. Citada, Cardenal S. L. Copello)
Fue el propio Padre Jorge María Salvaire quién, más tarde, colocó la piedra fundamental de la gran Basílica de Luján, el 15 de mayo de 1887, luego fue su Cura Párroco, y murió en la misma ciudad de Luján el 4 de febrero de 1899 a los 51 años de edad. Sus restos fueron depositados en el crucero derecho de la Gran Basílica de Nuestra Señora de Luján a los pies de la imagen de la Medalla Milagrosa, al lado del Altar Mayor, donde yacen hasta el día de hoy. Por su parte, los restos del Arzobispo Aneiros descansan en un mausoleo situado en el ala derecha de la Catedral de Buenos Aires, en la capilla consagrada a San Martín de Tours.
Por cierto, resulta una verdadera injusticia que la derruida tumba de este notable militar azuleño se halle ubicada en el rincón más apartado, abandonado y olvidado del cementerio de la ciudad de Azul, sitio que, sin ayuda, difícilmente se podría localizar.
Cripta del Padre Jorge María Salvaire (Luján). Mausoleo de Monseñor Aneiros (Catedral, de Bs. As.)
Por la muy meritoria labor desplegada por el Capitán Solano, junto a estas grandes figuras de la Iglesia, no son pocos los historiadores religiosos que lo señalan y lo refieren en señal de reconocimiento a su valiosa colaboración; incluso en la más reciente actualidad, el destacado historiador Monseñor Dr. Juan Guillermo Durán, miembro de la Academia Nacional de la Historia y Director del Departamento de Historia de la Iglesia, de la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina, en el año 2001, vino hasta la ciudad de Azul para fotografiar la tumba del Capitán Solano, publicándola a página completa en su libro “En los Toldos de Catriel y Railef” (Editorial de la Pontificia Universidad Católica Argentina, 2002). Se puede afirmar, sin dudarlo, que el Capitán Rufino Solano sigue siendo el militar mas querido y reconocido de la Iglesia.
Hace aún más valiosa y resalta su intervención, el hecho de que su figura representó el punto de inflexión entre la función del ejército y la acción de la Iglesia, cuyas posturas y principios se mostraron en aquella época, por sus disímiles naturalezas, muy a menudo enfrentadas, incompatibles y hasta inconciliables.
Para comprender mejor y valorizar la obra del Capitán Solano, es necesario ubicarse en el contexto y en el paisaje de la época y en nuestra patria. Por esos días la frontera era como pararse en la orilla del mar, no había nada más que horizonte. En ese horizonte, de manera recóndita acechaba el peligro, los indios, la muerte, la cautividad. No existían árboles ni otro obstáculo natural que interrumpiera la visión, durante las agotadoras travesías se debía pernoctar en medio de aquella inmensidad, sin nada para cobijarse, solo cielo, tierra y distancias. Tampoco para guarecerse de las inclemencias del frío, de la lluvia, el viento o el calor. Idéntica situación se producía para el caso que hubiera que combatir ante el hábil y astuto rival.
Las marchas duraban días, semanas enteras, se debía llevar suficiente cantidad de provisiones y mucha caballada para el recambio. Los indios brotaban de la tierra como por arte de magia. El espectáculo de una toldería india es inimaginable, allí las cautivas y demás prisioneros vivían en un infierno. Si alguien lograba escapar, seguramente moría en el interminable desierto.
Las mujeres indias, por celos, hostigaban continuamente a las cautivas y les daban de comer las sobras, como si fueran perros. Para que no escaparan, a los prisioneros se les despellejaba las plantas de los pies, lo que obligaba a trasladarse arrastrándose por el suelo. Las escenas y el ambiente eran ciertamente escalofriantes. Salvo estas cosas, no difería demasiado la vida que se llevaba en los fortines o en los pueblos que se formaban alrededor de ellos.
A pesar de la ausencia de memoria de nuestra sociedad, este formidable ser es una clara demostración que cuando alguien es verdaderamente grande, jamás puede ser olvidado totalmente, porque esa grandeza es capaz de superar los mayores obstáculos, tales como la indiferencia, la ingratitud y el impiadoso paso del tiempo. Ello se debe a que los servicios del capitán Rufino Solano, sus conocimientos, destreza y valentía, fueron requeridos desde todos los sectores de la esfera social, comenzando por desesperados familiares que le rogaban que rescatara a sus seres queridos, continuando por los mandos del gobierno, tanto políticos como militares, y aún como producto de la constante preocupación de la Iglesia por darle una solución a tan difícil situación.
Durante décadas, todos supieron quien era y donde estaba el “capitán salvador” y él cumplió con todos. Ahí radica la explicación del porqué su recuerdo siempre regresa: porque no se puede investigar nuestra historia sin encontrarnos de repente con su noble estampa. Aún en la actualidad, su acción ha sido estudiada y valorada incluso en obras de autores y universidades del exterior. Captive Women: Oblivion and Memory in Argentina. Susana Rotker, 2002, University of Minnesota, USA; Rutgers University, Wilson Center, 1977, New Jersey, USA; Ftes. Citadas).
El capitán Solano, vivió y sirvió a su querida Patria durante toda su larga, pobre y sacrificada vida de frontera, donde rara vez le llegaba un sueldo desde Buenos Aires.
Rufino era hijo de Don DIONISIO SOLANO (1777/1882), un valiente Teniente de Patricios, guerrero de las Invasiones Inglesas, y de la Independencia Nacional, que actuó junto al General Manuel Belgrano durante las Campañas al Paraguay y del Norte; y más tarde, fue el jefe de la caravana de familias fundadoras de la ciudad de Azul, allá por el año 1832, fue Alcalde (*) de ella, muriendo en esta población a una edad superior a los cien años. (Antonio G. del Valle, Alberto Sarramone, Ricardo Piccirilli, Enrique Udaondo, Vicente O. Cutolo, Juan G. Durán, obras citadas. *Archivo de la Municipalidad de Azul (año 1837 y otros), Iglesia Catedral de Azul, Revista Biblos, Ftes. Citadas)
Rufino Solano. La segunda foto data de 1912, Azul, un año antes de su muerte
A menos de cinco años de la fundación del Azul, nació nuestro personaje (1837), viviendo en su pueblo natal hasta su muerte, ocurrida el 20 de julio de 1913. Así lo certifican su acta bautismal en la Iglesia Catedral de Azul, los Censos Nacionales de 1869 y 1895 (el primero y segundo del país) y la certificación de defunción, asentada en registro del cementerio local.
Sepulcro del capitán Rufino Solano, en Azul
Este ejemplar ser humano, que lo dio todo por sus semejantes, al cual centenares de familias le deben hoy su existencia, murió pobre, viejo y olvidado en su pueblo natal y se llamaba Don RUFINO SOLANO, capitán del ejército argentino, y su mayor orgullo fue ser, como él siempre lo decía: “un fiel servidor de la Patria”.-
Autor: Omar Horacio Alcántara
BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES UTILIZADAS
- En los Toldos de Catriel y Railef. Juan Guillermo Durán. Editorial Pontificia de la Universidad Católica Argentina, 2002.
- El Padre Jorge María Salvaire y la familia Lazos de Villa Nueva – 1866-1875 -. Juan Guillermo Durán. Buenos Aires, Ed. Paulinas, 1998.
- Historia del Antiguo Pago del Azul: Alberto Sarramone, Editorial Biblos, Azul, 1997.
- Recordando el Pasado: Antonio G. del Valle, Editorial Placente y Dupuy, Azul, 1926.
- Buenos Aires Ciudad y Campaña 1860/1870: Editorial Antorchas, Pablo Buchbinder, Abel Alexander y Luis Priamo, 2000.
- Gran Enciclopedia Argentina: Diego A. de Santillán. Ediar Soc. Anon. Editores, 1961.
- Libro con Indios Pampas y conquistadores del desierto: Samuel Tornopolski. Buenos Aires, 1958.
- Frontera, indios, soldados y cautivos -1780-1880-. Juan Guillermo Durán. Buenos Aires, Bouquet Editores; Universidad Católica Argentina. Facultad de Teología, 2006.
- Monseñor Aneiros, Arzobispo de Buenos Aires, y la Iglesia de su tiempo: Héctor José Tanzi. Junta de Historia Eclesiástica Argentina, Buenos Aires, 2003.
- Caciques Huilliches y Salineros: P. Meinrado Hux, Ediciones Marymar, 1991.
- La Conquista del Desierto: Juan Carlos Walther Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA), 1970.
- Gestiones del Arzobispo Aneiros a favor de los Indios, hasta la Campaña del Desierto. Cardenal Santiago Luís Copello, Bs. As. 1945, Edición definitiva, Imprenta y Casa Editora “Coni”.-
- Diccionario Biográfico Argentino: Enrique Udaondo. Imprenta Coni, Buenos aires, 1938.
- Nuevo Diccionario Biográfico Argentino: Vicente Osvaldo Cutolo. Editorial Elche, Buenos Aires, 1985.
- Diccionario Histórico Argentino: Ricardo Piccirilli, Francisco L. Romay y Leoncio Gianello. Ediciones Históricas Argentinas.
- El significado de la Nomenclatura de las estaciones ferroviarias de la República Argentina: Enrique Udaondo (Estación El Lenguaraz). Talleres Gráficos del Ministerio de Obras Públicas, 1942.
- El Beato Miguel Garicoïts Fundador de los Padres Bayoneses, Pedro Mieyaa, Buenos Aires, 1942, Historia de la Iglesia. Buenos Aires, 1942, págs. 376/79.--
- Historia Argentina Contemporánea 1862 - 1930. Raúl Entraigas, publicada por la Academia Nacional de Historia. Editorial El Ateneo, Buenos Aires.
- El Malón de 1870 a Bahía Blanca, Rojas Lagarde, Jorge Luís, Ediciones Culturales Argentinas, 1984.
- Captive Women: Oblivion and Memory in Argentina / "Cautivas.
Olvidos y memoria en la Argentina". Susana Rotker. Traducido por Jennifer French, 2002, University of Minnesota Press. (U.S.A.)
- Revista “Biblos”, Nº 1 y otros, Azul, 1923.-
- Caras y Caretas, Año XV, Num. 732, Buenos Aires, 1912.
OTRAS FUENTES
- Fototeca del Archivo General de la Nación.
- Museo Histórico Enrique Udaondo de Lujan.
- Archivo del Ejército y la Marina.
- Museo Ricardo Güiraldes de San Antonio de Areco.
- Archivo Histórico del Ejército Argentino.
- Museo Julio Marc, de la Ciudad de Rosario.
- Diario "El Nacional" (Bs. As., 14-III-1873).
- Diario “La Prensa" (Bs. As., 13- III- 1873).
- Diario La Capital (Rosario, Marzo, 1873).
- Diario El Tiempo (Azul, 09 de julio de 1964)
- Archivo Basílica Nacional, Ntra. Sra. de Luján, Carpeta Nº 13, J. M. Salvaire.
- Iglesia Catedral Nuestra Sra. del Rosario, ciudad de Azul.
- Hemeroteca Bartolomé J. Ronco, ciudad de Azul.
- Archivo de la Municipalidad de Azul.
- Museo Histórico y Etnográfico “Enrique Squirru”, ciudad de Azul.
- www.wilsoncenter.org/topics/docs/ACF352.pdf (U.S.A.)
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Muchas gracias por publicar la historia del capitán Rufino Solano, un personaje tan azuleño como vuestra excelente página cultural.
CAPITAN RUFINO SOLANO
Desearía que publiquen de esta biografía del personaje azuleño extraída de: “RECORDANDO EL PASADO”, Tomo I, Págs. 335/342, de Antonio G. del Valle, Editorial Placente y Dupuy, Azul, 1926.-
El capitán Don Rufino Solano, es uno de los buenos y leales servidores de la civilización. Desde su juventud, sirve en las fronteras jugando temerariamente su vida; salvando de las garras del salvaje, infinidad de cautivos, para devolverlos a los hogares de donde han sido arrancados por la fuerza y la insolencia brutal del indómito hijo del Desierto. No se detiene ante el peligro de las chuzas ensangrentadas de los bárbaros que irrumpen como avalanchas de fieras, husmeando sangre. Su misión noble y austera, lo lleva más allá.
El capitán Solano, entiende que es deber de patriotismo y de humanidad tender la mano a sus semejantes; y sin darse reposo acomete durante largos años la ruda tarea de pactar con los indios y rescatar los cautivos. Para ello, se interna Tierra Adentro, llega a las mismas tolderías, habla con los caciques en cuya compañía pasa largas temporadas, y regresa a tierra de cristianos trayendo como trofeos de sus incursiones arriesgadas gran número de cautivos de ambos sexos que allá en los aduares salvajes han gemido amargamente en aquellas largas e interminables noches de sus cautiverios.
El capitán Solano ha recorrido las más largas, penosas y arriesgadas travesías en aquellas épocas en que internarse al Desierto equivalía renunciar a la vida. El mérito de éste valiente soldado de la civilización, consiste en este valor frío, tranquilo, sereno; en ese tacto y en esa seguridad que tiene en su propia fuerza de voluntad. El va, se interna a los confines de la pampa donde el bramido del tigre y el alarido del salvaje hacen dúo infernal y viven en consorcio amigable: es que las fieras también se buscan y fraternizan en las soledades y en las tupidas marañas de los campos solitarios del Desierto. Va jugando su vida en la seguridad de que el éxito de sus campañas son triunfos de la civilización.
Los servicios del capitán Solano en esa larga campaña en que su figura se destaca con relieves de méritos indiscutibles, se condensan en sus viajes a las tolderías en busca de cautivos.
Como soldado en las filas de los cuerpos en que ha servido, sus servicios se cuentan por largos años, habiéndose encontrado en innumerables combates librados en la Pampa.
Entendiendo rendir homenaje de gratitud a su memoria, que bien la merece, dedicámosle esta página a fin de que su nombre no duerma perdido en esa larga noche del olvido en que se pierden para siempre los nombres de tantos héroes, unas veces por negligencias, otras por egoísmo, y muchas por ignorarse sus hazañas. Sin esta clase de servidores abnegados, tal vez la civilización aún estaría en embrión de esos solitarios campos del Desierto.
El capitán Solano entró a prestar servicio militar, como soldado, el año 1855 en el Fortín Estomba que se pobló entonces, y a las ordenes del teniente Preafán. Con motivo del fallecimiento de este oficial que pereció en el Arroyo Tapalqué; Solano quedó a las órdenes del alférez Ivano quien al frente de una compañía del batallón 3 de línea se hizo cargo del mencionado fortín.
El año 58; Solano fue licenciado; y el 64 con el grado de subteniente de guardias nacionales formó a las órdenes del comandante Lora, en Olavarría. Fue de los fundadores de este pueblo.
El 65 pasó a órdenes del coronel Don Benito Machado, jefe de la Frontera Sud y Costa Sud. Ese año, por orden del coronel Machado, Solano hizo su primer viaje a las tolderías del temible Calfucurá con orden de pactar con este indio, pues se tenía conocimiento que una fuerte indiada debía invadir la frontera Sud.
Solano llegó a los toldos, habló con Calfucurá: la invasión no se llevó a cabo, y regresó al campamento conduciendo algunas cautivas que le fueron entregadas.
Poco tiempo después, el coronel Don Álvaro Barros es designado jefe de las fronteras en reemplazo del coronel Machado, y Solano sigue prestando servicios a órdenes del nuevo jefe.
El 66, hace varios viajes a las tolderías de Calfucurá en Chiloé, de donde regresa con quince cautivos. El 68, es ascendido a teniente 2º, y a las órdenes del coronel Don Francisco Elías llegan a la Blanca Grande, abriendo los primeros cimientos de aquel avanzado Fuerte.
El 69, el coronel Elías lo envía a los toldos de Calfucurá a objeto de hacer arreglos con este cacique. Allí permanece una temporada, y a su regreso trae treinta cautivas que fueron enviadas a sus respectivos domicilios.
En ese mismo año hizo varios viajes al desierto desempeñando comisiones encomendadas por sus jefes. Entretanto, los indios invadieron por Quequén Chico y Tres Arroyos, llegando en fuertes grupos hasta el Arroyo Chico, partido de Tandil. Los invasores llevaron más de ochenta cautivos entre hombres, mujeres y niños.
En el Sauce Corto, el Teniente Rivero que andaba en observación fue alcanzado por la indiada, y después de un reñido y desigual combate en que la mayor parte de la gente de este oficial fue muerta, y él herido, fue hecho prisionero y llevado a los toldos de Calfucurá.
El 70 fue ascendido a Teniente Iº, y nuevamente fue mandado por el coronel Elías a los toldos de Calfucurá. Al llegar al Sauce Grande, el Teniente Solano y los tres soldados que lo acompañaban divisaron un indio bombero que desde la cumbre de un médano los observaba. Solano y sus hombres se encaminaron al paso del arroyo de donde les salió al encuentro un grupo de más de treinta indios.
Los soldados de Solano rodearon las tropillas para mudar caballos y huir. A no haberlos convencidos que no debían disparar porque corrían peligro de ser lanceados de atrás, Solano hubiera quedado solo en el campo. Acompañado de uno de sus hombres, se adelantó hacia donde los indios venían, quedando los otros con las tropillas.
Al aproximarse, los indios reconocieron a Solano, manifestándole que el objeto que los traía era llevar cautivos, para ver si por ese medio conseguían la libertad del padre del cacique Mariano Cañumil y de otros capitanejos que junto con treinta indios habían sido tomados prisioneros en Puán por el comandante Llanos, y se encontraban presos en la Blanca Grande.
Capitaneaba el grupo de indios, un hijo de Cañumil. Solano logró convencer al indio que debían regresar a los toldos, que él se comprometía a solicitar del Ministro de la Guerra la libertad de los indios prisioneros.
El hijo de Cañumil accedió, y emprendieron juntos la marcha hacia los toldos. De éste punto, acompañados por este cacique y cuatro indios salió para Chiloé residencia de Calfucurá.
A los veinte días regresaba a la Blanca Grande con veinte cautivos que los indios tenían en sus toldos; y acompañado por el capitanejo Juan Miel cuatro indios que le servían de escoltas.
El coronel Elías queriendo premiar éstos actos, solicitó y obtuvo el ascenso a Capitán, enviando a Solano a Buenos Aires a solicitar del Ministro de la Guerra la libertad de los indios prisioneros en la Blanca Grande. A su regreso, el capitán Solano era portador de una orden para el coronel Elías a fin de que pusiera en libertad los prisioneros, y les entregara al propio Solano para que lo condujera personalmente a sus toldos. Al mismo tiempo se le entregó hacienda yeguariza que llevó para racionar a los indios.
La llegada de los prisioneros a las tolderías fue festejada con bailes, borracheras de los pampas, y fiestas tan salvajes como ellos mismos.
Cuando el Capitán Solano regresó a la Blanca Grande traía cuarenta cautivos, incluso el Teniente Rivero prisionero en el Sauce Corto. Solano hablaba y conocía la lengua araucana con la misma propiedad que los indios.
Durante la Guerra del Paraguay, Solano hizo varios viajes a las tolderías de Calfucurá, permaneciendo largas temporadas hasta que lograba la entrega de cautivos que eran conducidos después a sus destinos.
El capitán Solano acompañó desde los toldos de Chiloé hasta el Azul, y de éste punto a Buenos Aires al cacique Manuel Namuncurá, y a los capitanejos que acompañaban a éste: Mariano Paisanán, Loncomil, Curumán Mericurá, Turuvin, Juan Miel, Curupán, Benito Pichicurá y otros que iban a conferenciar con el Ministro de la Guerra.
El presidente de la Republica Dr. D. Márcos Paz, dió órdenes para que la comisión de indios fuera hospedada en el antiguo “Hotel Hispano Argentino”, calle Piedras entre Belgrano y Moreno. Tres meses permaneció en Buenos Aires la referida comisión indígena.
El capitán Solano, había regresado a la frontera nuevamente. Por orden superior emprendió viaje a los toldos de Calfucurá llevando comunicaciones para el citado cacique. En este viaje llegó hasta las guaridas de indios que vivían en Milla-Huinqué, Anomur, Choiqué Mahuida, Cadi-Leufú, Tranir-Lauquén, Huinca-Renanco, Queni-Malaal, etc. Gobernaban estas tolderías los caciques hermanos Lincó y Rolupán. Con ellos hizo tratados y rescató muchos cautivos.
Siendo Jefe de la frontera el General Don Ignacio Rivas, el año 72, Solano hizo varios viajes al Desierto. Unos conduciendo raciones para las tribus, otros con objeto de parlamentar con los caciques, y traer cautivos que generalmente le eran entregados.
En unos de sus tantos el capitán Solano consiguió rescatar un considerable número de cautivos en el que venían cuarenta mujeres pertenecientes al Rosario de Santafé, y que habían sido tomadas por los indios de Calfucurá en la invasión que llevaron hasta el Sauce del Rosario, distante cinco leguas de la ciudad de ese nombre.
Al regresar de Chiloé con los cautivos acompañaban al Capitán Solano diez capitanejos que Calfucurá enviaba a Buenos Aires en comisión ante las autoridades nacionales.
La llegada de Solano con las cautivas rescatadas y los capitanejos que los acompañaban, causó como es consiguiente curiosidad en la gente de la ciudad que se aglomeraba en considerable número frente al local donde se hospedaban.
Fueron visitados por el Arzobispo Dr. Federico Aneiros quien los colmó de atenciones.
El entonces Ministro de la Guerra coronel Gainza ordenó a Solano que se embarcara en vapor Pavón y condujera personalmente las cautivas hasta la ciudad del Rosario, entregándolas a las autoridades para que las hicieran conducir a sus respectivos destinos.
En Rosario fueron recibidos por una Comisión de damas, por el Presidente del Club Social Don Federico de la Barra y por numeroso público que ansiosos esperaban la llegada de los libertados. Al desembarcar, se produjeron actos y escenas emocionantes y conmovedoras.
El capitán Solano fue obsequiado con una medalla con que la sociedad del Rosario premió sus actos de humanidad y de valentía reintegrando a la vida civilizada seres arrancados por la mano salvaje al cariño de los hogares.
Cumplida su misión, el capitán Solano regresó a Buenos Aires, y de allí a la frontera con la comisión de indios que había permanecido por un mes en la ciudad. Llegado al campamento, el general Rivas lo envió a las tolderías para que distribuyera entre los indios tres mil yeguas de racionamiento de acuerdo con los pactos celebrados.
En la batalla de San Carlos, el capitán Solano desempeñaba el cargo de jefe de baqueanos, y fue debido a sus indiscutibles conocimientos de los campos, que la división del general Rivas logró hacer sus marchas rapidísimas, y aparecer al venir el día delante de Cabeza del Buey, llegas a San Carlos donde se encontraba el coronel Boer, y librara contra las hordas de Calfucurá esa sangrienta como colosal batalla. Los indios, durante la batalla habían reconocido al capitán Solano y le gritaban “pásese capitán, pásese”.
Pocos días después, el capitán Solano fue comisionado por el general Rivas para internarse hasta los mismos toldos de Calfucurá a objeto de hacer arreglos y tratados de paz, y rescatar los cautivos que allí tenían de rehenes.
No obstante lo peligroso de la misión como consecuencia de la batalla que acababa de librarse y que los indios sufrieron enormes pérdidas, Solano se internó al Desierto, llegó a Chiloé y entregó las notas de que era portador al mismo Calfucurá. Este reunió sus caciques dándoles lectura del contenido, al mismo tiempo de que Solano les explicaba el objeto de su misión.
Después de parlamentar, Calfucurá decidió entregarle treinta y siete mujeres cautivas, de las cuales, siete pertenecían a Bahía Blanca, las que Solano quería traer hasta el Azul, de donde serían enviadas por órdenes de general Rivas y bajo segura custodia. Los indios se opusieron, resolviendo que una misión de entre ellos las conducirían a Bahía Blanca. En efecto, se pusieron en marcha con numeroso arreo de cargueros. Llevaban ponchos matras, pluma de avestruz, quillangos, etc.
Al llegar a Bahía Blanca una partida de soldados de las fuerzas del coronel Murga les salió al encuentro, y confundiéndolos con indios malones los pasaron a cuchillo. Entre los indios que formaban la comisión venía de jefe un sobrino de Calfucurá; y de segundo, un yerno del citado cacique. Las cautivas fueron llevadas a Bahía Blanca.
Pocos días después, salía otra comisión de indios también con cargueros, y con destino a Bahía Blanca. A su paso encontraron los cadáveres de sus compañeros, y aprovechando que no fueron sentidos regresaron a los toldos con la noticia del fúnebre hallazgo. Entre tanto el capitán Solano había permanecido en Chiloé esperando reunir mayor número de cautivos para ponerse en marcha al Azul.
El regreso de los indios alarmó considerablemente a la tribu que se puso en movimiento dando enormes alaridos y amenazando con lancear a Solano, a sus hombres y a las cautivas.
Los indios rodearon el toldo donde se alojaba el capitán, esperando la señal del cacique para exterminarlo.
Solano y los soldados que lo acompañaban se prepararon para defenderse. Las pobres cautivas lloraban asustadas, enloquecidas de terror! Debió ser aquel un cuadro conmovedor!
Calfucurá enfurecido, empuñando filosa espada se dirigió a Solano amenazándolo con matarlo. Creía que debido a insinuaciones suyas los indios habían sido muertos en Bahía Blanca. Solano tranquilo, sin perder su serenidad ni su temple le habló en la lengua, logrando convencer al terrible cacique que la culpa la tenían ellos mismos: que su propio hijo había escrito las notas, y que recordára que él mismo les había propuesto llevarlas al Azul, y de aquí remitir las cautivas a Bahía Blanca. “Tenés razón, hijo”, le contestó Calfucurá, “por eso no te mato”; y arrojando la espada al suelo, ordenó a los indios que se retiraran.
Al día siguiente, a instancias de Solano, este fue despachado con notas para el general Rivas y el coronel Elías, llevando las cautivas y acompañado por el capitanejo Corobui y seis indios.
Un mes después de permanecer en Azul, el general Rivas envió de nuevamente a Solano a los toldos de Chiloé con regalos para Calfucurá. Llevaba cinco cargueros con ponchos, chiripás, sombreros, chucherías y ropa de toda clase. Calfucurá, agradecido a esta distinción; cuando regresó el capitán Solano, le entregó varios cautivos que fueron traídos al Azul.
Al estallar la revolución del 74, el capitán Solano se encontraba en Buenos Aires. El coronel Barros lo envió para que se entrevistara con Juan José Catriel a fines de atraerlo a las filas del Ejército leal al gobierno. Su misión no debió serle de buenos resultados en el primer momento, pués éste cacique se sublevó a favor de la Revolución; aunque más tarde se presentó con sus indios a la División del coronel Lagos, traicionando a su hermano Cipriano Catriel y a los jefes con que se había comprometido.
Más tarde Solano fue mandado en comisión por el Doctor Alsina Ministro de Guerra, a los toldos de Namuncurá. En marcha por el Desierto, Solano avistó una fuerte invasión A fin de no caer en manos de los indios, se desvió cuanto le fué posible, llegando a los toldos del referido cacique donde solo encontró la chusma y algunos indios viejos de la tribu, pues toda la indiada con Namuncurá al frente se había lanzado al malón.
Al emprender su regreso, venía el capitán Solano acompañado por el cacique Millalua y seis indios con lo que llegó a Carhué presentándose al coronel D. Nicolás Levalle. Este jefe colmó de regalos a los indios que permanecieron varios en el campamento, de donde regresaron a sus toldos. Solano siguió viaje a Buenos Aires a dar cuenta de su misión.
En el año 80, el general Roca comisionó al capitán Solano para recibir y conducir hasta la capital al cacique Valentín Sayhueque y su comitiva; igualmente que otra comisión de indios encabezada por el cacique Lorenzo Paine-Milla que venían a pedir tierras al gobierno. Todos estos indios fueron alojados en el viejo Cuartel del Retiro.
Para los años 98 o 99 llegó al Azul la india Viviana García, titulada “Reina de lo Indios”. Acompañábanla dos hijos, y los capitanejos Juan Centenera, Mariano Guerra, Simón Rosas, Francisco Díaz, Fermín Garro, Máximo Jerez y otros más. Solano los acompañó hasta Buenos Aires donde se presentaron ante las autoridades nacionales.
La India Viviana, venía también a solicitar tierras del Gobierno para poblarlas con sus indios.
El capitán Solano murió en el Azul, viejo y pobre. Era hijo del guerrero de las invasiones inglesas y de la guerra de la Independencia, Teniente Dionisio Solano, del célebre “Regimiento Patricios”.
Como a tantos otros, la patria lo tiene olvidado.
CAPITAN RUFINO SOLANO
Biografía del personaje azuleño extraída de: “RECORDANDO EL PASADO”, Tomo I, Págs. 335/342, de Antonio G. del Valle, Editorial Placente y Dupuy, Azul, 1926.-
El capitán Don Rufino Solano, es uno de los buenos y leales servidores de la civilización. Desde su juventud, sirve en las fronteras jugando temerariamente su vida; salvando de las garras del salvaje, infinidad de cautivos, para devolverlos a los hogares de donde han sido arrancados por la fuerza y la insolencia brutal del indómito hijo del Desierto. No se detiene ante el peligro de las chuzas ensangrentadas de los bárbaros que irrumpen como avalanchas de fieras, husmeando sangre. Su misión noble y austera, lo lleva más allá.
El capitán Solano, entiende que es deber de patriotismo y de humanidad tender la mano a sus semejantes; y sin darse reposo acomete durante largos años la ruda tarea de pactar con los indios y rescatar los cautivos. Para ello, se interna Tierra Adentro, llega a las mismas tolderías, habla con los caciques en cuya compañía pasa largas temporadas, y regresa a tierra de cristianos trayendo como trofeos de sus incursiones arriesgadas gran número de cautivos de ambos sexos que allá en los aduares salvajes han gemido amargamente en aquellas largas e interminables noches de sus cautiverios.
El capitán Solano ha recorrido las más largas, penosas y arriesgadas travesías en aquellas épocas en que internarse al Desierto equivalía renunciar a la vida. El mérito de éste valiente soldado de la civilización, consiste en este valor frío, tranquilo, sereno; en ese tacto y en esa seguridad que tiene en su propia fuerza de voluntad. El va, se interna a los confines de la pampa donde el bramido del tigre y el alarido del salvaje hacen dúo infernal y viven en consorcio amigable: es que las fieras también se buscan y fraternizan en las soledades y en las tupidas marañas de los campos solitarios del Desierto. Va jugando su vida en la seguridad de que el éxito de sus campañas son triunfos de la civilización.
Los servicios del capitán Solano en esa larga campaña en que su figura se destaca con relieves de méritos indiscutibles, se condensan en sus viajes a las tolderías en busca de cautivos.
Como soldado en las filas de los cuerpos en que ha servido, sus servicios se cuentan por largos años, habiéndose encontrado en innumerables combates librados en la Pampa.
Entendiendo rendir homenaje de gratitud a su memoria, que bien la merece, dedicámosle esta página a fin de que su nombre no duerma perdido en esa larga noche del olvido en que se pierden para siempre los nombres de tantos héroes, unas veces por negligencias, otras por egoísmo, y muchas por ignorarse sus hazañas. Sin esta clase de servidores abnegados, tal vez la civilización aún estaría en embrión de esos solitarios campos del Desierto.
El capitán Solano entró a prestar servicio militar, como soldado, el año 1855 en el Fortín Estomba que se pobló entonces, y a las ordenes del teniente Preafán. Con motivo del fallecimiento de este oficial que pereció en el Arroyo Tapalqué; Solano quedó a las órdenes del alférez Ivano quien al frente de una compañía del batallón 3 de línea se hizo cargo del mencionado fortín.
El año 58; Solano fue licenciado; y el 64 con el grado de subteniente de guardias nacionales formó a las órdenes del comandante Lora, en Olavarría. Fue de los fundadores de este pueblo.
El 65 pasó a órdenes del coronel Don Benito Machado, jefe de la Frontera Sud y Costa Sud. Ese año, por orden del coronel Machado, Solano hizo su primer viaje a las tolderías del temible Calfucurá con orden de pactar con este indio, pues se tenía conocimiento que una fuerte indiada debía invadir la frontera Sud.
Solano llegó a los toldos, habló con Calfucurá: la invasión no se llevó a cabo, y regresó al campamento conduciendo algunas cautivas que le fueron entregadas.
Poco tiempo después, el coronel Don Álvaro Barros es designado jefe de las fronteras en reemplazo del coronel Machado, y Solano sigue prestando servicios a órdenes del nuevo jefe.
El 66, hace varios viajes a las tolderías de Calfucurá en Chiloé, de donde regresa con quince cautivos. El 68, es ascendido a teniente 2º, y a las órdenes del coronel Don Francisco Elías llegan a la Blanca Grande, abriendo los primeros cimientos de aquel avanzado Fuerte.
El 69, el coronel Elías lo envía a los toldos de Calfucurá a objeto de hacer arreglos con este cacique. Allí permanece una temporada, y a su regreso trae treinta cautivas que fueron enviadas a sus respectivos domicilios.
En ese mismo año hizo varios viajes al desierto desempeñando comisiones encomendadas por sus jefes. Entretanto, los indios invadieron por Quequén Chico y Tres Arroyos, llegando en fuertes grupos hasta el Arroyo Chico, partido de Tandil. Los invasores llevaron más de ochenta cautivos entre hombres, mujeres y niños.
En el Sauce Corto, el Teniente Rivero que andaba en observación fue alcanzado por la indiada, y después de un reñido y desigual combate en que la mayor parte de la gente de este oficial fue muerta, y él herido, fue hecho prisionero y llevado a los toldos de Calfucurá.
El 70 fue ascendido a Teniente Iº, y nuevamente fue mandado por el coronel Elías a los toldos de Calfucurá. Al llegar al Sauce Grande, el Teniente Solano y los tres soldados que lo acompañaban divisaron un indio bombero que desde la cumbre de un médano los observaba. Solano y sus hombres se encaminaron al paso del arroyo de donde les salió al encuentro un grupo de más de treinta indios.
Los soldados de Solano rodearon las tropillas para mudar caballos y huir. A no haberlos convencidos que no debían disparar porque corrían peligro de ser lanceados de atrás, Solano hubiera quedado solo en el campo. Acompañado de uno de sus hombres, se adelantó hacia donde los indios venían, quedando los otros con las tropillas.
Al aproximarse, los indios reconocieron a Solano, manifestándole que el objeto que los traía era llevar cautivos, para ver si por ese medio conseguían la libertad del padre del cacique Mariano Cañumil y de otros capitanejos que junto con treinta indios habían sido tomados prisioneros en Puán por el comandante Llanos, y se encontraban presos en la Blanca Grande.
Capitaneaba el grupo de indios, un hijo de Cañumil. Solano logró convencer al indio que debían regresar a los toldos, que él se comprometía a solicitar del Ministro de la Guerra la libertad de los indios prisioneros.
El hijo de Cañumil accedió, y emprendieron juntos la marcha hacia los toldos. De éste punto, acompañados por este cacique y cuatro indios salió para Chiloé residencia de Calfucurá.
A los veinte días regresaba a la Blanca Grande con veinte cautivos que los indios tenían en sus toldos; y acompañado por el capitanejo Juan Miel cuatro indios que le servían de escoltas.
El coronel Elías queriendo premiar éstos actos, solicitó y obtuvo el ascenso a Capitán, enviando a Solano a Buenos Aires a solicitar del Ministro de la Guerra la libertad de los indios prisioneros en la Blanca Grande. A su regreso, el capitán Solano era portador de una orden para el coronel Elías a fin de que pusiera en libertad los prisioneros, y les entregara al propio Solano para que lo condujera personalmente a sus toldos. Al mismo tiempo se le entregó hacienda yeguariza que llevó para racionar a los indios.
La llegada de los prisioneros a las tolderías fue festejada con bailes, borracheras de los pampas, y fiestas tan salvajes como ellos mismos.
Cuando el Capitán Solano regresó a la Blanca Grande traía cuarenta cautivos, incluso el Teniente Rivero prisionero en el Sauce Corto. Solano hablaba y conocía la lengua araucana con la misma propiedad que los indios.
Durante la Guerra del Paraguay, Solano hizo varios viajes a las tolderías de Calfucurá, permaneciendo largas temporadas hasta que lograba la entrega de cautivos que eran conducidos después a sus destinos.
El capitán Solano acompañó desde los toldos de Chiloé hasta el Azul, y de éste punto a Buenos Aires al cacique Manuel Namuncurá, y a los capitanejos que acompañaban a éste: Mariano Paisanán, Loncomil, Curumán Mericurá, Turuvin, Juan Miel, Curupán, Benito Pichicurá y otros que iban a conferenciar con el Ministro de la Guerra.
El presidente de la Republica Dr. D. Márcos Paz, dió órdenes para que la comisión de indios fuera hospedada en el antiguo “Hotel Hispano Argentino”, calle Piedras entre Belgrano y Moreno. Tres meses permaneció en Buenos Aires la referida comisión indígena.
El capitán Solano, había regresado a la frontera nuevamente. Por orden superior emprendió viaje a los toldos de Calfucurá llevando comunicaciones para el citado cacique. En este viaje llegó hasta las guaridas de indios que vivían en Milla-Huinqué, Anomur, Choiqué Mahuida, Cadi-Leufú, Tranir-Lauquén, Huinca-Renanco, Queni-Malaal, etc. Gobernaban estas tolderías los caciques hermanos Lincó y Rolupán. Con ellos hizo tratados y rescató muchos cautivos.
Siendo Jefe de la frontera el General Don Ignacio Rivas, el año 72, Solano hizo varios viajes al Desierto. Unos conduciendo raciones para las tribus, otros con objeto de parlamentar con los caciques, y traer cautivos que generalmente le eran entregados.
En unos de sus tantos el capitán Solano consiguió rescatar un considerable número de cautivos en el que venían cuarenta mujeres pertenecientes al Rosario de Santafé, y que habían sido tomadas por los indios de Calfucurá en la invasión que llevaron hasta el Sauce del Rosario, distante cinco leguas de la ciudad de ese nombre.
Al regresar de Chiloé con los cautivos acompañaban al Capitán Solano diez capitanejos que Calfucurá enviaba a Buenos Aires en comisión ante las autoridades nacionales.
La llegada de Solano con las cautivas rescatadas y los capitanejos que los acompañaban, causó como es consiguiente curiosidad en la gente de la ciudad que se aglomeraba en considerable número frente al local donde se hospedaban.
Fueron visitados por el Arzobispo Dr. Federico Aneiros quien los colmó de atenciones.
El entonces Ministro de la Guerra coronel Gainza ordenó a Solano que se embarcara en vapor Pavón y condujera personalmente las cautivas hasta la ciudad del Rosario, entregándolas a las autoridades para que las hicieran conducir a sus respectivos destinos.
En Rosario fueron recibidos por una Comisión de damas, por el Presidente del Club Social Don Federico de la Barra y por numeroso público que ansiosos esperaban la llegada de los libertados. Al desembarcar, se produjeron actos y escenas emocionantes y conmovedoras.
El capitán Solano fue obsequiado con una medalla con que la sociedad del Rosario premió sus actos de humanidad y de valentía reintegrando a la vida civilizada seres arrancados por la mano salvaje al cariño de los hogares.
Cumplida su misión, el capitán Solano regresó a Buenos Aires, y de allí a la frontera con la comisión de indios que había permanecido por un mes en la ciudad. Llegado al campamento, el general Rivas lo envió a las tolderías para que distribuyera entre los indios tres mil yeguas de racionamiento de acuerdo con los pactos celebrados.
En la batalla de San Carlos, el capitán Solano desempeñaba el cargo de jefe de baqueanos, y fue debido a sus indiscutibles conocimientos de los campos, que la división del general Rivas logró hacer sus marchas rapidísimas, y aparecer al venir el día delante de Cabeza del Buey, llegas a San Carlos donde se encontraba el coronel Boer, y librara contra las hordas de Calfucurá esa sangrienta como colosal batalla. Los indios, durante la batalla habían reconocido al capitán Solano y le gritaban “pásese capitán, pásese”.
Pocos días después, el capitán Solano fue comisionado por el general Rivas para internarse hasta los mismos toldos de Calfucurá a objeto de hacer arreglos y tratados de paz, y rescatar los cautivos que allí tenían de rehenes.
No obstante lo peligroso de la misión como consecuencia de la batalla que acababa de librarse y que los indios sufrieron enormes pérdidas, Solano se internó al Desierto, llegó a Chiloé y entregó las notas de que era portador al mismo Calfucurá. Este reunió sus caciques dándoles lectura del contenido, al mismo tiempo de que Solano les explicaba el objeto de su misión.
Después de parlamentar, Calfucurá decidió entregarle treinta y siete mujeres cautivas, de las cuales, siete pertenecían a Bahía Blanca, las que Solano quería traer hasta el Azul, de donde serían enviadas por órdenes de general Rivas y bajo segura custodia. Los indios se opusieron, resolviendo que una misión de entre ellos las conducirían a Bahía Blanca. En efecto, se pusieron en marcha con numeroso arreo de cargueros. Llevaban ponchos matras, pluma de avestruz, quillangos, etc.
Al llegar a Bahía Blanca una partida de soldados de las fuerzas del coronel Murga les salió al encuentro, y confundiéndolos con indios malones los pasaron a cuchillo. Entre los indios que formaban la comisión venía de jefe un sobrino de Calfucurá; y de segundo, un yerno del citado cacique. Las cautivas fueron llevadas a Bahía Blanca.
Pocos días después, salía otra comisión de indios también con cargueros, y con destino a Bahía Blanca. A su paso encontraron los cadáveres de sus compañeros, y aprovechando que no fueron sentidos regresaron a los toldos con la noticia del fúnebre hallazgo. Entre tanto el capitán Solano había permanecido en Chiloé esperando reunir mayor número de cautivos para ponerse en marcha al Azul.
El regreso de los indios alarmó considerablemente a la tribu que se puso en movimiento dando enormes alaridos y amenazando con lancear a Solano, a sus hombres y a las cautivas.
Los indios rodearon el toldo donde se alojaba el capitán, esperando la señal del cacique para exterminarlo.
Solano y los soldados que lo acompañaban se prepararon para defenderse. Las pobres cautivas lloraban asustadas, enloquecidas de terror! Debió ser aquel un cuadro conmovedor!
Calfucurá enfurecido, empuñando filosa espada se dirigió a Solano amenazándolo con matarlo. Creía que debido a insinuaciones suyas los indios habían sido muertos en Bahía Blanca. Solano tranquilo, sin perder su serenidad ni su temple le habló en la lengua, logrando convencer al terrible cacique que la culpa la tenían ellos mismos: que su propio hijo había escrito las notas, y que recordára que él mismo les había propuesto llevarlas al Azul, y de aquí remitir las cautivas a Bahía Blanca. “Tenés razón, hijo”, le contestó Calfucurá, “por eso no te mato”; y arrojando la espada al suelo, ordenó a los indios que se retiraran.
Al día siguiente, a instancias de Solano, este fue despachado con notas para el general Rivas y el coronel Elías, llevando las cautivas y acompañado por el capitanejo Corobui y seis indios.
Un mes después de permanecer en Azul, el general Rivas envió de nuevamente a Solano a los toldos de Chiloé con regalos para Calfucurá. Llevaba cinco cargueros con ponchos, chiripás, sombreros, chucherías y ropa de toda clase. Calfucurá, agradecido a esta distinción; cuando regresó el capitán Solano, le entregó varios cautivos que fueron traídos al Azul.
Al estallar la revolución del 74, el capitán Solano se encontraba en Buenos Aires. El coronel Barros lo envió para que se entrevistara con Juan José Catriel a fines de atraerlo a las filas del Ejército leal al gobierno. Su misión no debió serle de buenos resultados en el primer momento, pués éste cacique se sublevó a favor de la Revolución; aunque más tarde se presentó con sus indios a la División del coronel Lagos, traicionando a su hermano Cipriano Catriel y a los jefes con que se había comprometido.
Más tarde Solano fue mandado en comisión por el Doctor Alsina Ministro de Guerra, a los toldos de Namuncurá. En marcha por el Desierto, Solano avistó una fuerte invasión A fin de no caer en manos de los indios, se desvió cuanto le fué posible, llegando a los toldos del referido cacique donde solo encontró la chusma y algunos indios viejos de la tribu, pues toda la indiada con Namuncurá al frente se había lanzado al malón.
Al emprender su regreso, venía el capitán Solano acompañado por el cacique Millalua y seis indios con lo que llegó a Carhué presentándose al coronel D. Nicolás Levalle. Este jefe colmó de regalos a los indios que permanecieron varios en el campamento, de donde regresaron a sus toldos. Solano siguió viaje a Buenos Aires a dar cuenta de su misión.
En el año 80, el general Roca comisionó al capitán Solano para recibir y conducir hasta la capital al cacique Valentín Sayhueque y su comitiva; igualmente que otra comisión de indios encabezada por el cacique Lorenzo Paine-Milla que venían a pedir tierras al gobierno. Todos estos indios fueron alojados en el viejo Cuartel del Retiro.
Para los años 98 o 99 llegó al Azul la india Viviana García, titulada “Reina de lo Indios”. Acompañábanla dos hijos, y los capitanejos Juan Centenera, Mariano Guerra, Simón Rosas, Francisco Díaz, Fermín Garro, Máximo Jerez y otros más. Solano los acompañó hasta Buenos Aires donde se presentaron ante las autoridades nacionales.
La India Viviana, venía también a solicitar tierras del Gobierno para poblarlas con sus indios.
El capitán Solano murió en el Azul, viejo y pobre. Era hijo del guerrero de las invasiones inglesas y de la guerra de la Independencia, Teniente Dionisio Solano, del célebre “Regimiento Patricios”.
Como a tantos otros, la patria lo tiene olvidado.
CAPITAN RUFINO SOLANO
Biografía del personaje azuleño extraída de: “RECORDANDO EL PASADO”, Tomo I, Págs. 335/342, de Antonio G. del Valle, Editorial Placente y Dupuy, Azul, 1926.-
El capitán Don Rufino Solano, es uno de los buenos y leales servidores de la civilización. Desde su juventud, sirve en las fronteras jugando temerariamente su vida; salvando de las garras del salvaje, infinidad de cautivos, para devolverlos a los hogares de donde han sido arrancados por la fuerza y la insolencia brutal del indómito hijo del Desierto. No se detiene ante el peligro de las chuzas ensangrentadas de los bárbaros que irrumpen como avalanchas de fieras, husmeando sangre. Su misión noble y austera, lo lleva más allá.
El capitán Solano, entiende que es deber de patriotismo y de humanidad tender la mano a sus semejantes; y sin darse reposo acomete durante largos años la ruda tarea de pactar con los indios y rescatar los cautivos. Para ello, se interna Tierra Adentro, llega a las mismas tolderías, habla con los caciques en cuya compañía pasa largas temporadas, y regresa a tierra de cristianos trayendo como trofeos de sus incursiones arriesgadas gran número de cautivos de ambos sexos que allá en los aduares salvajes han gemido amargamente en aquellas largas e interminables noches de sus cautiverios.
El capitán Solano ha recorrido las más largas, penosas y arriesgadas travesías en aquellas épocas en que internarse al Desierto equivalía renunciar a la vida. El mérito de éste valiente soldado de la civilización, consiste en este valor frío, tranquilo, sereno; en ese tacto y en esa seguridad que tiene en su propia fuerza de voluntad. El va, se interna a los confines de la pampa donde el bramido del tigre y el alarido del salvaje hacen dúo infernal y viven en consorcio amigable: es que las fieras también se buscan y fraternizan en las soledades y en las tupidas marañas de los campos solitarios del Desierto. Va jugando su vida en la seguridad de que el éxito de sus campañas son triunfos de la civilización.
Los servicios del capitán Solano en esa larga campaña en que su figura se destaca con relieves de méritos indiscutibles, se condensan en sus viajes a las tolderías en busca de cautivos.
Como soldado en las filas de los cuerpos en que ha servido, sus servicios se cuentan por largos años, habiéndose encontrado en innumerables combates librados en la Pampa.
Entendiendo rendir homenaje de gratitud a su memoria, que bien la merece, dedicámosle esta página a fin de que su nombre no duerma perdido en esa larga noche del olvido en que se pierden para siempre los nombres de tantos héroes, unas veces por negligencias, otras por egoísmo, y muchas por ignorarse sus hazañas. Sin esta clase de servidores abnegados, tal vez la civilización aún estaría en embrión de esos solitarios campos del Desierto.
El capitán Solano entró a prestar servicio militar, como soldado, el año 1855 en el Fortín Estomba que se pobló entonces, y a las ordenes del teniente Preafán. Con motivo del fallecimiento de este oficial que pereció en el Arroyo Tapalqué; Solano quedó a las órdenes del alférez Ivano quien al frente de una compañía del batallón 3 de línea se hizo cargo del mencionado fortín.
El año 58; Solano fue licenciado; y el 64 con el grado de subteniente de guardias nacionales formó a las órdenes del comandante Lora, en Olavarría. Fue de los fundadores de este pueblo.
El 65 pasó a órdenes del coronel Don Benito Machado, jefe de la Frontera Sud y Costa Sud. Ese año, por orden del coronel Machado, Solano hizo su primer viaje a las tolderías del temible Calfucurá con orden de pactar con este indio, pues se tenía conocimiento que una fuerte indiada debía invadir la frontera Sud.
Solano llegó a los toldos, habló con Calfucurá: la invasión no se llevó a cabo, y regresó al campamento conduciendo algunas cautivas que le fueron entregadas.
Poco tiempo después, el coronel Don Álvaro Barros es designado jefe de las fronteras en reemplazo del coronel Machado, y Solano sigue prestando servicios a órdenes del nuevo jefe.
El 66, hace varios viajes a las tolderías de Calfucurá en Chiloé, de donde regresa con quince cautivos. El 68, es ascendido a teniente 2º, y a las órdenes del coronel Don Francisco Elías llegan a la Blanca Grande, abriendo los primeros cimientos de aquel avanzado Fuerte.
El 69, el coronel Elías lo envía a los toldos de Calfucurá a objeto de hacer arreglos con este cacique. Allí permanece una temporada, y a su regreso trae treinta cautivas que fueron enviadas a sus respectivos domicilios.
En ese mismo año hizo varios viajes al desierto desempeñando comisiones encomendadas por sus jefes. Entretanto, los indios invadieron por Quequén Chico y Tres Arroyos, llegando en fuertes grupos hasta el Arroyo Chico, partido de Tandil. Los invasores llevaron más de ochenta cautivos entre hombres, mujeres y niños.
En el Sauce Corto, el Teniente Rivero que andaba en observación fue alcanzado por la indiada, y después de un reñido y desigual combate en que la mayor parte de la gente de este oficial fue muerta, y él herido, fue hecho prisionero y llevado a los toldos de Calfucurá.
El 70 fue ascendido a Teniente Iº, y nuevamente fue mandado por el coronel Elías a los toldos de Calfucurá. Al llegar al Sauce Grande, el Teniente Solano y los tres soldados que lo acompañaban divisaron un indio bombero que desde la cumbre de un médano los observaba. Solano y sus hombres se encaminaron al paso del arroyo de donde les salió al encuentro un grupo de más de treinta indios.
Los soldados de Solano rodearon las tropillas para mudar caballos y huir. A no haberlos convencidos que no debían disparar porque corrían peligro de ser lanceados de atrás, Solano hubiera quedado solo en el campo. Acompañado de uno de sus hombres, se adelantó hacia donde los indios venían, quedando los otros con las tropillas.
Al aproximarse, los indios reconocieron a Solano, manifestándole que el objeto que los traía era llevar cautivos, para ver si por ese medio conseguían la libertad del padre del cacique Mariano Cañumil y de otros capitanejos que junto con treinta indios habían sido tomados prisioneros en Puán por el comandante Llanos, y se encontraban presos en la Blanca Grande.
Capitaneaba el grupo de indios, un hijo de Cañumil. Solano logró convencer al indio que debían regresar a los toldos, que él se comprometía a solicitar del Ministro de la Guerra la libertad de los indios prisioneros.
El hijo de Cañumil accedió, y emprendieron juntos la marcha hacia los toldos. De éste punto, acompañados por este cacique y cuatro indios salió para Chiloé residencia de Calfucurá.
A los veinte días regresaba a la Blanca Grande con veinte cautivos que los indios tenían en sus toldos; y acompañado por el capitanejo Juan Miel cuatro indios que le servían de escoltas.
El coronel Elías queriendo premiar éstos actos, solicitó y obtuvo el ascenso a Capitán, enviando a Solano a Buenos Aires a solicitar del Ministro de la Guerra la libertad de los indios prisioneros en la Blanca Grande. A su regreso, el capitán Solano era portador de una orden para el coronel Elías a fin de que pusiera en libertad los prisioneros, y les entregara al propio Solano para que lo condujera personalmente a sus toldos. Al mismo tiempo se le entregó hacienda yeguariza que llevó para racionar a los indios.
La llegada de los prisioneros a las tolderías fue festejada con bailes, borracheras de los pampas, y fiestas tan salvajes como ellos mismos.
Cuando el Capitán Solano regresó a la Blanca Grande traía cuarenta cautivos, incluso el Teniente Rivero prisionero en el Sauce Corto. Solano hablaba y conocía la lengua araucana con la misma propiedad que los indios.
Durante la Guerra del Paraguay, Solano hizo varios viajes a las tolderías de Calfucurá, permaneciendo largas temporadas hasta que lograba la entrega de cautivos que eran conducidos después a sus destinos.
El capitán Solano acompañó desde los toldos de Chiloé hasta el Azul, y de éste punto a Buenos Aires al cacique Manuel Namuncurá, y a los capitanejos que acompañaban a éste: Mariano Paisanán, Loncomil, Curumán Mericurá, Turuvin, Juan Miel, Curupán, Benito Pichicurá y otros que iban a conferenciar con el Ministro de la Guerra.
El presidente de la Republica Dr. D. Márcos Paz, dió órdenes para que la comisión de indios fuera hospedada en el antiguo “Hotel Hispano Argentino”, calle Piedras entre Belgrano y Moreno. Tres meses permaneció en Buenos Aires la referida comisión indígena.
El capitán Solano, había regresado a la frontera nuevamente. Por orden superior emprendió viaje a los toldos de Calfucurá llevando comunicaciones para el citado cacique. En este viaje llegó hasta las guaridas de indios que vivían en Milla-Huinqué, Anomur, Choiqué Mahuida, Cadi-Leufú, Tranir-Lauquén, Huinca-Renanco, Queni-Malaal, etc. Gobernaban estas tolderías los caciques hermanos Lincó y Rolupán. Con ellos hizo tratados y rescató muchos cautivos.
Siendo Jefe de la frontera el General Don Ignacio Rivas, el año 72, Solano hizo varios viajes al Desierto. Unos conduciendo raciones para las tribus, otros con objeto de parlamentar con los caciques, y traer cautivos que generalmente le eran entregados.
En unos de sus tantos el capitán Solano consiguió rescatar un considerable número de cautivos en el que venían cuarenta mujeres pertenecientes al Rosario de Santafé, y que habían sido tomadas por los indios de Calfucurá en la invasión que llevaron hasta el Sauce del Rosario, distante cinco leguas de la ciudad de ese nombre.
Al regresar de Chiloé con los cautivos acompañaban al Capitán Solano diez capitanejos que Calfucurá enviaba a Buenos Aires en comisión ante las autoridades nacionales.
La llegada de Solano con las cautivas rescatadas y los capitanejos que los acompañaban, causó como es consiguiente curiosidad en la gente de la ciudad que se aglomeraba en considerable número frente al local donde se hospedaban.
Fueron visitados por el Arzobispo Dr. Federico Aneiros quien los colmó de atenciones.
El entonces Ministro de la Guerra coronel Gainza ordenó a Solano que se embarcara en vapor Pavón y condujera personalmente las cautivas hasta la ciudad del Rosario, entregándolas a las autoridades para que las hicieran conducir a sus respectivos destinos.
En Rosario fueron recibidos por una Comisión de damas, por el Presidente del Club Social Don Federico de la Barra y por numeroso público que ansiosos esperaban la llegada de los libertados. Al desembarcar, se produjeron actos y escenas emocionantes y conmovedoras.
El capitán Solano fue obsequiado con una medalla con que la sociedad del Rosario premió sus actos de humanidad y de valentía reintegrando a la vida civilizada seres arrancados por la mano salvaje al cariño de los hogares.
Cumplida su misión, el capitán Solano regresó a Buenos Aires, y de allí a la frontera con la comisión de indios que había permanecido por un mes en la ciudad. Llegado al campamento, el general Rivas lo envió a las tolderías para que distribuyera entre los indios tres mil yeguas de racionamiento de acuerdo con los pactos celebrados.
En la batalla de San Carlos, el capitán Solano desempeñaba el cargo de jefe de baqueanos, y fue debido a sus indiscutibles conocimientos de los campos, que la división del general Rivas logró hacer sus marchas rapidísimas, y aparecer al venir el día delante de Cabeza del Buey, llegas a San Carlos donde se encontraba el coronel Boer, y librara contra las hordas de Calfucurá esa sangrienta como colosal batalla. Los indios, durante la batalla habían reconocido al capitán Solano y le gritaban “pásese capitán, pásese”.
Pocos días después, el capitán Solano fue comisionado por el general Rivas para internarse hasta los mismos toldos de Calfucurá a objeto de hacer arreglos y tratados de paz, y rescatar los cautivos que allí tenían de rehenes.
No obstante lo peligroso de la misión como consecuencia de la batalla que acababa de librarse y que los indios sufrieron enormes pérdidas, Solano se internó al Desierto, llegó a Chiloé y entregó las notas de que era portador al mismo Calfucurá. Este reunió sus caciques dándoles lectura del contenido, al mismo tiempo de que Solano les explicaba el objeto de su misión.
Después de parlamentar, Calfucurá decidió entregarle treinta y siete mujeres cautivas, de las cuales, siete pertenecían a Bahía Blanca, las que Solano quería traer hasta el Azul, de donde serían enviadas por órdenes de general Rivas y bajo segura custodia. Los indios se opusieron, resolviendo que una misión de entre ellos las conducirían a Bahía Blanca. En efecto, se pusieron en marcha con numeroso arreo de cargueros. Llevaban ponchos matras, pluma de avestruz, quillangos, etc.
Al llegar a Bahía Blanca una partida de soldados de las fuerzas del coronel Murga les salió al encuentro, y confundiéndolos con indios malones los pasaron a cuchillo. Entre los indios que formaban la comisión venía de jefe un sobrino de Calfucurá; y de segundo, un yerno del citado cacique. Las cautivas fueron llevadas a Bahía Blanca.
Pocos días después, salía otra comisión de indios también con cargueros, y con destino a Bahía Blanca. A su paso encontraron los cadáveres de sus compañeros, y aprovechando que no fueron sentidos regresaron a los toldos con la noticia del fúnebre hallazgo. Entre tanto el capitán Solano había permanecido en Chiloé esperando reunir mayor número de cautivos para ponerse en marcha al Azul.
El regreso de los indios alarmó considerablemente a la tribu que se puso en movimiento dando enormes alaridos y amenazando con lancear a Solano, a sus hombres y a las cautivas.
Los indios rodearon el toldo donde se alojaba el capitán, esperando la señal del cacique para exterminarlo.
Solano y los soldados que lo acompañaban se prepararon para defenderse. Las pobres cautivas lloraban asustadas, enloquecidas de terror! Debió ser aquel un cuadro conmovedor!
Calfucurá enfurecido, empuñando filosa espada se dirigió a Solano amenazándolo con matarlo. Creía que debido a insinuaciones suyas los indios habían sido muertos en Bahía Blanca. Solano tranquilo, sin perder su serenidad ni su temple le habló en la lengua, logrando convencer al terrible cacique que la culpa la tenían ellos mismos: que su propio hijo había escrito las notas, y que recordára que él mismo les había propuesto llevarlas al Azul, y de aquí remitir las cautivas a Bahía Blanca. “Tenés razón, hijo”, le contestó Calfucurá, “por eso no te mato”; y arrojando la espada al suelo, ordenó a los indios que se retiraran.
Al día siguiente, a instancias de Solano, este fue despachado con notas para el general Rivas y el coronel Elías, llevando las cautivas y acompañado por el capitanejo Corobui y seis indios.
Un mes después de permanecer en Azul, el general Rivas envió de nuevamente a Solano a los toldos de Chiloé con regalos para Calfucurá. Llevaba cinco cargueros con ponchos, chiripás, sombreros, chucherías y ropa de toda clase. Calfucurá, agradecido a esta distinción; cuando regresó el capitán Solano, le entregó varios cautivos que fueron traídos al Azul.
Al estallar la revolución del 74, el capitán Solano se encontraba en Buenos Aires. El coronel Barros lo envió para que se entrevistara con Juan José Catriel a fines de atraerlo a las filas del Ejército leal al gobierno. Su misión no debió serle de buenos resultados en el primer momento, pués éste cacique se sublevó a favor de la Revolución; aunque más tarde se presentó con sus indios a la División del coronel Lagos, traicionando a su hermano Cipriano Catriel y a los jefes con que se había comprometido.
Más tarde Solano fue mandado en comisión por el Doctor Alsina Ministro de Guerra, a los toldos de Namuncurá. En marcha por el Desierto, Solano avistó una fuerte invasión A fin de no caer en manos de los indios, se desvió cuanto le fué posible, llegando a los toldos del referido cacique donde solo encontró la chusma y algunos indios viejos de la tribu, pues toda la indiada con Namuncurá al frente se había lanzado al malón.
Al emprender su regreso, venía el capitán Solano acompañado por el cacique Millalua y seis indios con lo que llegó a Carhué presentándose al coronel D. Nicolás Levalle. Este jefe colmó de regalos a los indios que permanecieron varios en el campamento, de donde regresaron a sus toldos. Solano siguió viaje a Buenos Aires a dar cuenta de su misión.
En el año 80, el general Roca comisionó al capitán Solano para recibir y conducir hasta la capital al cacique Valentín Sayhueque y su comitiva; igualmente que otra comisión de indios encabezada por el cacique Lorenzo Paine-Milla que venían a pedir tierras al gobierno. Todos estos indios fueron alojados en el viejo Cuartel del Retiro.
Para los años 98 o 99 llegó al Azul la india Viviana García, titulada “Reina de lo Indios”. Acompañábanla dos hijos, y los capitanejos Juan Centenera, Mariano Guerra, Simón Rosas, Francisco Díaz, Fermín Garro, Máximo Jerez y otros más. Solano los acompañó hasta Buenos Aires donde se presentaron ante las autoridades nacionales.
La India Viviana, venía también a solicitar tierras del Gobierno para poblarlas con sus indios.
El capitán Solano murió en el Azul, viejo y pobre. Era hijo del guerrero de las invasiones inglesas y de la guerra de la Independencia, Teniente Dionisio Solano, del célebre “Regimiento Patricios”.
Como a tantos otros, la patria lo tiene olvidado.
les dejo mi blog:closalsabor.blogspot.com
Il semble que vous soyez un expert dans ce domaine, vos remarques sont tres interessantes, merci.
- Daniel
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